LÉXICO DE LA ZONA

Palabras y cosas

LÉXICO DE LA ZONA

Aspectos aqui mostradas son  copia del libro :

Pascual RIESCO CHUECA (2003) Calzada de Valdunciel. Palabras, cosas y memorias de un pueblo de Salamanca, 346 páginas. 24 x 17 cm. Rústica. ISBN: 84-7797-209-5, ediciones Diputación de Salamanca. Agradecemos a su autor y si no fuese por su inestimable colaboración y generosidad para su recopilación.

Esta lista intenta evocar la atmósfera verbal que, inseparable de la vida, envolvía los trabajos y los días de un pueblo de Salamanca. No es ambición ni potestad del recopilador auparse al cotarro de la ciencia filológica. Muchos de los vocablos reunidos son compartidos con otros lugares; no pocos pertenecen al acervo común del castellano. Si se traen a colación es porque su uso en el pueblo les ha dado un sabor peculiar o porque su mención sirve de excusa para divagaciones sobre la vida antigua o presente de Calzada. Del otro lado de cada palabra cuelga un hilo de prácticas y memorias: la realidad, si tiene materia de palabras, puede sin duda ordenarse alfabéticamente. Esta relación queda abierta a críticas y mejoras, que los más versados en cosas calzudas están invitados a ir acopiando.

Se ha optado por renunciar, salvo excepciones, al cotejo de las voces recogidas en Calzada con variantes o formas idénticas que, abundantemente, salen al paso en la literatura lexicográfica leonesa y castellano-occidental. La bibliografía intenta suplir esta ausencia. En los últimos años, por otra parte, la emergencia de una cultura popular en internet está produciendo un fenómeno inesperado: numerosos municipios, algunos de humilde estatura, están convirtiéndose en estudiosos de sí mismos, y sirven en la red sus corpus descriptivos de léxico, toponimia y etnografía. También a ellos se ha acudido en la medida de lo posible. El propio libro vive, en forma paralela y reducida, en la página web del pueblo de Calzada, donde tienen cabida también otros textos más indigestos salvo para el fetichista de lo calzudo (apeos y deslindes detallados del Catastro de Ensenada –CME-, por ejemplo, cuyas citas pueden comprobarse en la red).

 

1.1. Lista de palabras seleccionadas

Abangado: flexionado por la carga. Dícese de un objeto ―rama, viga― que se curva vencido por el peso propio o por el que soporta. De forma derivada, se aplicaba a los que se encorvaban por vejez o por cansancio, rendidos tras las faenas del campo: «está abangado de viejo»; «viene abangado de escardar».

Abotargado: persona de aspecto hinchado y tumefacto; persona gruesa y voluminosa en exceso. La forma estándar, que no se usa en Calzada, esabotagado, es decir, ‘inflado como una bota u odre de vino’.

Abrebocas: utensilio ficticio para embutir la matanza con que se embroma a los novatos. La tarea de mantener abierta el extremo de una tripa mientras se rellena con mondongo no es fácil, siendo precisa cierta habilidad con los dedos para asegurarla. Ello ha dado pie a la siguiente broma popular: a un niño o a un forastero se le pide que vaya a buscar el abrebocas, encareciendo la importancia de contar con él para completar la faena; allí donde el embromado vaya a recogerlo o a requerirlo, lo reciben con burlas o le dan cualquier objeto pesado (piedras, adobes, tierra) metido en un saco. La matanza se prestaba a toda suerte de chanzas: otra que parece haber sido común en Calzada es la de colgar una tripa vacía de la espalda de alguien, con ayuda de un alfiler. Se cuenta que las que iban al baile tenían que andar con cuidado de que no les prendieran a la falda un pedazo de tripa. Figuradamente, también se llama abrebocas al indeciso, al irresoluto, que no sabe qué hacer y espera a que le resuelvan sus problemas.

Abrojos: como en otras partes de España, por abrojos se entiende una planta, con cabeza pinchuda, relativamente grande y de flor amarilla (Tribulus terrestris). A veces, en Calzada parece designar a un tipo de cardo diminuto y de flor azul, del mismo género que el cardo corredor y el cardo marino, el Eryngium tenue (Sánchez-Barbudo, 1991). Es voz bien conocida y antigua: «Kien malos kaminos anda, malos abroxos halla» (Correas, 1627).

Acachinar: dar un golpe fuerte y certero a animales de corral (conejos, liebres, pollos) con el fin de sacrificarlos; se puede usar un palo y atinar en el cogote para que la muerte sea instantánea. De forma translaticia, acachinar equivale a matar cruentamente, aunque en su origen se aplicara preferentemente a los animales sacrificados en casa. Así, se usaba figuradamente para referirse a los soldados muertos en guerra, por ejemplo en las campañas de África: «los soldados van a que los acachinen». También se ha usado como amenaza jocosa, en un contexto familiar: «¡que te acachino!».

Acedera: planta que se usaba para hacer ensaladas. También se llamaban acederones. Probablemente es Rumex acetosa. Eran comida de refuerzo, propia de las economías humildes. En Figueruela de Arriba (Zamora), se dice: «ya viene mayo con las acedas, que se amuelen los ricos con las paneras». Circula por Calzada el refrán: «Acederas en marzo, calenturas pa tol año; acederas en abril, calenturas pa morir». Las acederas salían en las tierras cuando los pesticidas no se habían hecho aún los dueños del campo. Su peligro estriba en la tendencia de la acedera a acumular oxalatos al crecer, lo que puede producir envenenamientos leves si se consume inmoderadamente o en fases tardías de crecimiento. En Palacios del Arzobispo se oye, según Pal. (2001) otra variante, invertida: «acederas de mayo, calenturas para todo el año», junto a «acederas de abril, calenturas para morir». Dado que las acederas son tanto más dañinas cuanto más avanza el año, la versión correcta debe ser la calzuda.

Acerolo: árbol frutal, que se plantaba en algunos huertos. Su fruta es la acerola. Se trata del Crataegus azarolus. Las había de color rojo y amarillo.

Aciburriaciburrio: espasmo, dolor intenso, malestar generalizado y repentino. Es posible algún parentesco de este término popular, con la voz, de registro culto, que reiteradamente figura en los Libros de Difuntos para aludir a crisis súbitas, mortales, que no daban tiempo a la extremaunción (accidente).

Aciguar: sosegarse y centrarse antes de una acción que requiere tino, tener destreza para algo; atinar, dar en el clavo. «Con las prisas, no aciguo a enhebrar la aguja».

Achiperres: trastos, cachivaches, objetos desperdigados.

Adobera: molde de madera, que contenía la forma y capacidad para hacer adobes. Solían disponer de dos o tres celdas correspondientes a tantos adobes. La tierra de adobes se cogía de sitios seleccionados y se mezclaba con paja picada, dejándola secar a sol una vez aplastada en la adobera.

Aguederas: las mujeres que celebran el día de Santágueda (5 de febrero).

Ahollar: sinónimo de encalcar, compactar la paja en el pajar o en los carros a pisotones.

Aijada: aguijada, palo con punta para estimular a los bueyes cuando tiraban del carro, del trillo o del arado.

Aire: en Calzada no se empleaba apenas la palabra viento. Era muy esperado que levantara aire para limpiar. Del día de San Lorenzo (10 de agosto), en plena época de parvas en la era, se decía que era muy favorable para aventarlas. «San Lorenzo el airoso» es expresión oída en Calzada. Se distinguían varias orientaciones de viento: aire de arriba (el que viene de la parte de arriba de la vega, es decir, de Valdunciel, del este), aire de abajo(de Forfoleda, es decir, del oeste), aire del camino Topas (del norte-nordeste), aire burgalés (del nordeste; apenas distinguido del anterior), aire de Santa Marina(del oeste-noroeste), aire serranosolano (del sur). El aire de Santa Marina era también conocido como «aire del camino Madrigal» o «aire gallego». El «aire del camino Topas» era sostenido y suave; se consideraba muy favorable para la limpia de las parvas.

Ajo de cigüeña: se trata de especies silvestres del género Allium. Probablemente es el Allium sphaerocephalon (Sánchez-Barbudo, 1991). Crece en los prados (de ahí probablemente la referencia a la cigüeña, ave que frecuenta los prados en su búsqueda de alimento) y tiene la cabeza más pequeña que el ajo cultivado. Es posible relacionar el término con la tradición según la cual las cigüeñas «machan el ajo» cuando crotoran en el nido; se trata de un saludo no vocal con el que se interpelan entre sí, entrechocando las dos palas del pico.

Ajunjera: planta de tallos carnosos que crece en las tierras y barbechos y se usaba para hacer escobajos. Con los escobajos o escobones (que también se hacían de baleo cabezudo o Centaurea spp.) se barría el ruedo de la trilla, después de recogerla, y se formaba un montoncito de grano y tierra. La ajunjera es probablemente Chondrilla juncea, cuyo núcleo tierno es conocido como ternillo en otros puntos de la provincia. Esta planta, de flores amarillas, se usaba también (no se sabe si en Calzada) para hacer ensaladas. Ya Sarmiento, en el s. XVIII, establece la identificación entreajonjera y la Chondrilla viminea Ch. juncea de Bauhino (Sarmiento, 1986). Bauhino, cuya Historia Plantarum Universalises de 1651, recoge algunos nombres de plantas de Salamanca, entre ellos el de junquerina, otro nombre de la misma planta, que Sarmiento pone ―con dudas― en relación etimológica con ajunjera. La voz parece estar presente en un topn. medieval, «valle Algongero», de la zona de Alaejos, mencionado en un testamento de 1180 (Martín et al., 1977).

Ajustarse [un criado]: contratarse con el dueño.

Alabancioso: jactancioso, alardeador; presumido en alto grado.

Alboroque: pequeño agasajo que hacían en las tabernas el comprador y el vendedor cuando cerraban un trato. Solía invitar el vendedor. Habitualmente se trataba de una jarra de vino y algunos garbanzos torrados o cacahuetes. Cerca de los feriales y mercados había tabernas donde se multiplicaban los alboroques en días mercantiles. Es palabra de antigua tradición leonesa. En un documento de 1236, se incluye el alboroque en el montante total de una venta: «por precio nombrado, CCC morauedis entre precio e albaroch» (Castán y Castán, 1992).

Alcabuz, arcabuz: cangilón de noria. Eran abundantes las norias de Forfoleda hacia abajo, en las vegas de Torresmenudas, Aldearrodrigo y El Arco. En Torresmenudas había, detrás de la iglesia, una fuente de alcabuces, de la que se sacaba el agua haciendo girar una manivela. En Calzada, en cambio, eran raras. Se recuerda una noria en una huerta cercada, propiedad del entonces alguacil, ―aún subsiste como huerta― situada frente a las eras de arriba al final de la c/ la Cilla. Otra noria estaba en un trozo reservado para huerto en la alameda del cura, situada al sur y a oriente de la casa rectoral.

Alcaería (ant.): alquería. Figura esta forma ya antigua (que aún se oye en otros puntos de la provincia, pero no en Calzada) en declaraciones de propiedad del Catastro de Ensenada.

Alcaparrero: exagerado, melindroso. También se decía alcaparras.

Aleluyas: relatos o recitaciones. Figuradamente, significa también ‘cuentos, excusas’.

Alibierno (ant.): parece ser el nombre antiguo, ya olvidado, del labiérnago (Phyllirea angustifolia). Este arbusto silvestre, hoy ausente del término de Calzada, pero que pervive en Huelmos de Arriba, debía de ser común en el s. XVIII. El Padre Sarmiento, en su viaje botánico a Galicia, editado por J. L. Pensado, pasó por Calzada a mediados de dicho siglo. En unas fichas cuya escritura realizó probablemente entre 1757 y 1758, pero correspondientes a notas de viaje de 1755, se registra lo siguiente: «1760. Lentisco. Hoy 19 de noviembre de 1755, después de haber pasado el monasterio de Valparaíso, de bernardos, a poco de haber entrado en el monte del Cubo, encontré mucho lentisco y con granitos negros, y dentro un huesecito duro. Cogí semilla y hojas. Alivierno llaman en Calzada. 1761. Aliviernoalibierno. Así llamaron al lentisco que da frutilla en Calzada de Valdunciel, y a los granitos ubas de perro. La voz alivierno es símbola de la voz laderno, y acaso todo de alaternus» (Sarmiento, 1986). Más adelante añade: «su frutilla es oval, que remata en pico». Por la fecha del viaje de Sarmiento, la drupa del labiérnago estaría negra y casi consumida. Causa cierta duda la referencia a un solo huesecillo. Phyllirea angustifolia tiene generalmente dos en cada fruto. ¿Podría pensarse entonces en alguna especie del género Rhamnus (por ejemplo,R. Alaternus‘aladierno’ ―como propone Font Quer (1962) ―, de tres o cuatro semillas por fruto? No parece justificado, como se argumenta seguidamente.

En efecto, cabe citar las fichas 2494 y 2495 del propio Sarmiento, referidas a los montes de Toledo: «ladierno. Nombre del lentisco en Toledo, en Galicia laderno. Ladierna y laderna, y en el monte del Cubo alivierno«. En ellas identifica claramente esta especie con el alibierno de El Cubo, que es el mismo de Calzada. Y sucede que en Toledo laderna es el nombre de Phyllirea angustifolia, es decir, del labiérnago. Ciertamente, el arbusto aquí aludido no es el generalmente llamado lentisco ‘Pistacia lentiscus’, del todo ausente en esta zona biogeográfica. La referencia a «lentisco» debe entenderse como fruto de la diversidad de nombres locales en las especies vegetales. En efecto, el labiérnago se denomina lentisca en algunas zonas (por ejemplo, en Huelva), y también lentisco.

Otro elemento de juicio que apoya la identificación del alibierno con el labiérnago es la pervivencia de este arbusto cerca de los lugares donde lo vio Sarmiento: en el término municipal de Peleas de Arriba, al sur de Valparaíso, sobreviven labiérnagos cerca del llamado Camino de los lobos, en una zona de denso monte de quejigo (Quercus faginea) con algún pie de alcornoque (Q. Suber). También, ya más cerca de Calzada, en Huelmos de Arriba, entre el arroyo del Moro y el Conejal, se observan numerosos labiérnagos en zonas abrigadas, como arbusto de sotobosque. El que el nombre fuera conocido en Calzada en 1755 indica una mayor expansión antigua de la especie. Probablemente persistían setos verdes o lindes arbóreas entre los campos, donde el alibierno sería abundante. También es probable que la labra de Santibáñez por los de Calzada favoreciera un mayor conocimiento colectivo de las plantas montesinas. Cuando el municipio se desligó de Santibáñez, Calzada se volvería hacia el secano y perdería su conexión cultural con el monte y sus especies.

Almuerzo: antes, el almuerzo no era comida principal, de mediodía, sino algo muy parecido a un desayuno. Se hacía por la mañana, hacia las ocho. Si tocaba trabajar en las tierras, el almuerzo se tomaba allí. Solía ser de sopas de ajo, acompañadas de un torrezno, y, si se podía, algo de huevo, chorizo o farinato. Como la salida a las tierras solía ser ―en verano― más temprana, la comida era llevada recién hecha a la hora de su consumo. Llevarla era tarea de mocitas, de rapaces y de viejos. Se iba normalmente en burro, y no era infrecuente que el animal tomara la iniciativa del camino y parara espontáneamente al llegar al grupo de los trabajadores.

Alumbrar: aclarar el tiempo después de una tormenta. También se aplica a una labor en las viñas, consistente en separar y mullir la tierra que rodea a las cepas, una vez realizada la poda, para facilitar que la planta se airee y «coja más tempero». En la locución «llevar las velas alumbrando» significa ir con los mocos colgando.

Alverja: semilla leguminosa que se sembraba en febrero para pienso. Más grande que los yeros y las arritas, pero menor que los guisantes. Parece coincidir con la veza del castellano estándar, es decir, Vicia sativa L. ssp. Obovata.

Alverjón: planta espontánea que crece en los cultivos. Es del género Vicia. En el monte de Casablanca hay una nava de Valdealverjaca.

Alzar: dar una primera labor de arado a las tierras que han quedado de barbecho, es decir, en descanso productivo durante un año (Gómez Hernándezet al, 1992; Álvarez Tejedor, 1989). Es una práctica que pertenece al pasado, pues implica la rotación y los descansos anuales del terreno. En Tierra del Vino se denomina a esta operación relvar. El arado levantaba los rastrojos, sobre todo en los cerros; que eran arrasados por el grueso dental del arado romano, llevándose con ellos la paja y raíz de los cultivos anteriores. Las pasadas de arado, que no respetaban las alineaciones anteriores (a veces se alzaba en perpendicular a los surcos antiguos) se hacían muy apretadas. La labor de alzar requería tiro fuerte, y hacían falta bueyes; no así el aricar, que se podía hacer con vacas o mulas. El refranero local recomienda alzar en enero; aunque también se sugiere la conveniencia de hacerlo antes, en noviembre: «en noviembre alza el rastrojo / para los granos menudos, / que la tierra que está alzada / criará mejor los frutos». El Comendador (Núñez, 2001) también recomienda anticipar la labor del alzado: «vina cuando otro alça, si quieres hinchir tu casa»; y explica: «alçar es la primera arada, vinar, la segunda».

Andancio: enfermedad epidémica que anda, es decir, que se propaga y demora por una zona.

Andróminos: palabra de sentido vago, preferentemente ‘cachivaches’; no es seguro si se utilizaba en la acepción de ‘tejemanejes, embelecos’. En vez de ‘cajón de sastre’, se empleaba la locución «cajón de los andróminos».

Añusgarse: atragantarse.

Aparente: parecido, semejante: «es aparente a su abuelo».

Apeayeguas: lucero de Venus. Sale al atardecer, a la hora en que las bestias (caballos sobre todo) eran trabadas por los pies mediante arrapeas, para asegurar su permanencia en la zona. Era frecuente en las antiguas ordenanzas que los pastores y vaqueros tuvieran la obligación de regirse por el primer lucero para recoger los bueyes o apear (atar por los pies) las bestias. Así, por ejemplo, en las Ordenanzas Antiguas de Badajoz, «los boyeros tengan cargo de recoger sus boyadas […] hasta que salga el luzero primero de la noche como es costumbre» (Martín Martín, 2001). En Calzada se recuerda el refrán: «yegua apeada, prado halla», indicando que, a pesar de las arrapeas, las caballerías saben arreglarse para buscar pasto; de forma traslaticia, el refrán es aplicable a las adolescentes, que aún ligadas por normas y vigilancias paternas, sabían buscarse amores.

Aperos: tiene un sentido más amplio que el de ‘utillajes para una labor’. Puede aplicarse, con sentido humorístico o derisorio, a trastos, adornos, perifollos, complicaciones. «Mia qué aperos tiene en el cuarto, maja».

Aranzada (ant.): en apeos antiguos de Calzada aparece esta unidad de superficie, equivalente a la fanega o huebra, que sólo se usaba en referencia a los viñedos. El Catastro de Ensenada de Castellanos explica: «en punto de viñas se trata por aranzada, quiere decir lo mismo que fanegada». Calzada ya no tenía viñas en 1752; más tarde se replantaron algunas. En Castellanos una aranzada de viña de primera producía 6 cargas de uva (4 y 2 cargas, respectivamente, las de segunda y tercera). Una carga de uva producía unos dos cántaros (2 x 16 litros) de mosto. Todavía se usaba entonces en Castellanos la distinción entre tierra ‘parcela de cereales’ y pago (ant. bago) ‘parcela de viñas’. Bago es el nombre que reciben las tierras destinadas a viñedo, como se infiere de esta cita del Fuero de Salamanca: «vinas qui en bago non ioguieren, vindimien las sin caloña» (Alvar, 1982), es decir, «las viñas que no estuvieran en viñedo, que se vendimien libremente».

Arenaza: piedra arenisca, como la de las canteras de Villamayor. También se conoce como «piedra de manteca»: si se mete en agua se deja cortar fácilmente; seca, es muy dura. Llamaban piedra fregadera a la que, procedente de Villamayor y elegida del grano más fino, se usaba para fregar pucheros y sartenes. Con agua, a modo de estropajo, se refregaban vigorosamente las costras negras que iba dejando en los recipientes el fuego. Fue desplazada por la emergencia en el mercado de un producto en polvo, llamado pedramol.

Argaña: argaya o arista de las espigas.

Aricalloarrecalloarricángel: con estos tres nombres se designaba el vencejo (Apus apus). Lamano (1915) recoge las formas arrejáquelearrecájel yarrecájele (en Las Guareñas), arricángelarricángele (en tierra de Ciudad Rodrigo) para la misma ave. En algún caso se les confundía en Calzada con los aviones (Delichon urbica), puesto que se les recuerda como pájaro a modo de golondrina «con corbata».

Aricar: dar a la tierra ya sembrada una labor ligera, pasando la reja por el valle de cada surco para quitar las malas hierbas y arrimar tierra a las plantas (Sánchez León, 1995). Se solía hacer en dos momentos del año: una primera, en adviento (antes de navidad), cuando estaba apuntando el tallo («el que arica en Adviento, arica y escarda a un tiempo», Morán, 1954); otra hacia febrero o marzo (Cabo Alonso, 1955). En Calzada se solía hacer en marzo. Esta labor era complementada por la escarda, hecha a mano hacia abril o mayo. Correas usa la voz aricar a propósito de esta advertencia: «Kubre en polvo i vina en lodo. Kubrir en polvo i vinar en lodo». Vinar es binar o bimar, pasar la segunda reja; la explicación que añade Correas es la siguiente: «Avisos de la agrikultura de trigo i viñas. Es bueno kubrir el pie de la zepa después ke á rrezibido tenpero por primavera, para ke los kalores no konsuman la umedad; i ansí se á de kubrir el trigo después ke á llovido, kon arikar».

Arrapeas: apea de caballería, maniota o traba en las manos y patas de las bestias. Sirve para dificultar el movimiento de los animales cuando se les deja descansando. Podían ser de soga de esparto o también de hierro, al modo de trabas o grilletes. La forma castellana estándar es arropea.

Arregalzarregalzar: remangarse.

Arrimado: anejo, dependencia. Se puede decir: «Narros es un arrimado de Valdunciel».

Arringarse: desriñonarse, deslomarse.

Arritas: planta leguminosa cultivada. ¿Coincide con los llamados en otras partes titarros, es decir, Lathyrus cicera? Eran usadas sólo para cebo de animales. Las semillas eran redondas, pequeñas, de color verde oscuro. No se confundían con la muela ‘almorta’, ni con la alverja.

Arroba: unidad antigua de peso, equivalente a 11.5 kg, o sea, un cuarto de quintal, o veinticinco libras.

Arromanar: pesar mucho. Lamano (1915) cita el refrán salmantino «unos pesan y otros arromanan» con la siguiente explicación: «[en] todo hay quien gane a otro, por muy entendido que sea en su arte u oficio».

Asfixie: habitáculo herméticamente cerrado en el que se introducían las lentejas, en costales, para crear condiciones anaerobias y con ello matar el gorgojo. Se echaba un líquido, al que llamaban bobolina, para favorecer el proceso. Esta operación debía realizarse inmediatamente después de trillada la parva de lentejas y acarreado el muelo; de lo contrario, se multiplicaba irreversiblemente el gorgojo (Cabo Alonso, 1955). Este procedimiento se generalizó en las primeras décadas del s. XX. Antes, las lentejas eran inaprovechables para consumo humano, salvo en cantidades muy limitadas, por culpa del gorgojo. En Calzada, según Cabo Alonso, antes de que se usaran los asfixies, se recurrió durante algunos años a tostar las lentejas. El señor Gonzalo Sánchez, que vivía en la Plaza, era herrero y había inventado una máquina para tostarlas, que no dejaba ver a nadie. Empleaba a mujeres para la faena de seleccionar las lentejas y las vendía en Salamanca.

Antes aún, se consumía lentejas sólo en pequeña porción, guardadas en tinajas de aceite, que preservaban el producto a salvo de los gorgojos. Esto era inabordable para las economías más débiles, puesto que el aceite, vendido por trajinantes que venían de la Sierra de Gata, era producto caro en la comarca.

Las lentejas, por lo tanto, se generalizaron gracias a los asfixies. Sus labores eran parecidas a las de las garrobas, aunque algo más tolerantes a la labor de aricada. La paja de lentejas es de gran calidad como cebo y como combustible y se podía almacenar separadamente para hacer borrajo.

A mediados del XVIII el cultivo absolutamente dominante en Calzada era el trigal. No había viñas, y el centeno ocupaba tan sólo 80 fanegas, que se destinaban a cebar ganado. La cebada, que se sembraba en las cortinas, era de consumo exclusivamente animal. Como leguminosas, se citan los garbanzos, y las garrobas. En las Ordenanzas de Salamanca, de 1719 aunque adaptadas de documentos anteriores, constan tres tipos de leguminosas: garbanzos, garrobasyerbos (Rupérez y Lorenzo, 1994). Larruga, en sus Memorias de 1795, referidas a la provincia de Salamanca, muestra con más detalle el panorama productivo en materia de leguminosas: de algarrobas se producían 150 arrobas; de lentejas, 1.5; de garbanzos, 30; de galbanas, habas y guisantes, 2.7; de alubias, 1.8. Obsérvese la escasísima producción de lentejas, debido al problema de los gorgojos.

Las muelas llegaron a la Armuña más tarde. Por esto la base alimentaria antigua en Calzada era el pan en sopa o en masa, como ha sobrevivido en elrelleno o masa de pan de trigo, ajo, perejil y huevo, con algún trozo de tocino y chacina. En el antiguo régimen, era altísimo el consumo de pan; así se expresa en el Fuero de Manganeses de Lampreana: «et darlos el Obispo [a los trilladores] a comer: al almorzo pan, vinno et carne, et a la zena pan et vinno» (Sánchez Rodríguez, 1987). En el fuero de Villafrontín (León) la dieta que debe sufragar el amo a sus criados es explicada en toda su monotonía: «minister domus providebit eis in illa die, in hiyeme, in pane triticeo et vino bono in mane, in sero, in pane et vino et legumine. In estate, in pane triticeo bono vino et et legumine, in mane; in meridie, in pane et vino; in sero, in pane et vino et legumine» (Ed. Raimundo Rodríguez, Archivos Leoneses, 1949, p. 115-116).

En Calzada debía de haber en el pasado un consumo relativamente alto de cebollas, nabos, calabazas y otras hortalizas. Las patatas no se empiezan a comer hasta principios del s. XIX y sólo en pequeñas cantidades. Los garbanzos y, para los más pobres, las muelas, pasaron a ser de consumo diario más tardíamente. A mediados del s. XVIII se menciona el cultivo de garbanzos como cosa rara y costosa, que se practicaba esporádicamente en los años de descanso de las tierras.

Asqueroso: remilgado, que hace muchos ascos a las cosas, en particular a la comida. Es voz registrada por Hernán Núñez (2001) en su refranero, parcialmente compilado en Salamanca: «¿asqueroso os habéis tornado?: pues ya comistes de este guisado».

Aterrar: cegar un pozo llenándolo de tierra.

Atijos: ataduras precarias para cerrar o ceñir una bolsa, saco o prenda. Los sacos y costales de arpillera o los fardeles de tela usados antes, cuando se cerraban con atijos, estaban en peligro de abrirse y regar por el suelo el contenido.

Atillo, -a: hombre o mujer que en la siega de las mieses iba detrás de la cuadrilla atando los haces que habían quedado en el suelo. Dado que en El Cubo se le llama atiño, es posible una influencia gallega en el vocablo (Álvarez Tejedor, 1989). A cada golpe de hoz se cortaba una manada o maná; las manadas eran dejadas en el suelo formando un montoncito; el atillo iba detrás y reunía las manadas (unas seis u ocho) para formar un haz, que era atado con un vencejo(cañas de trigo o centeno; también, a veces, de junco) o una lía (de esparto). Los haces eran a veces agrupadas en unos montones, que se llamaban hacinas. En estos montones, todas las cabezas de las espigas apuntaban al interior, para proteger los haces en caso de tormenta. Las herbales (leguminosas), que se solían cosechar a mano, se agrupaban en unos ramos más pequeños, llamados gavillas.

Atollar: estancarse un carro, animal o persona en sitio pantanoso. «Con el nublado que viene, cuidado si no se atuellan pahí pal Camino Hondo».

Atronarse: frustrarse la pollada por culpa de una tormenta. Se decía que los truenos malograban los embriones de pollo antes de que pudieran salir del cascarón. Para evitar este peligro, cuando venía tormenta se colocaban insignias de santos bajo el nidal (ATS, El tiempo, p. 80). Otras mujeres ponían tijeras abiertas bajo éste.

Averiguado: listillo, enterado; cotilla; entrometido, chismoso.

Azumbre: medida antigua de capacidad, equivalente a la octava parte de un cántaro, es decir, unos 2 litros. En Parada de Arriba, popularmente conocida como «Parada de los lecheros», se decía que los vaqueros antiguos recibían diariamente para su gasto un azumbre de leche. Se medía aproximadamente como la cabida de un cuerno de vaca. Una media era una jarra de medio azumbre (aproximadamente un litro); también había jarras de cuartillo (medio litro). Las jarras de vino, de las que se bebía colectivamente (a boca de jarra) en las tabernas y en las comidas caseras, solían ser de metal o de barro. Correas (1627): «por no perder la kostunbre, aunke no tengo sed, echad un azunbre».

Babanzos: veáse gavanzos.

Babas de buey: hilos finos, de arañas, que se cruzan por el aire. En Calzada se cree que anuncian la proximidad de lluvias.

Bacillar: viña de reciente plantación, que aún no produce uva por ser nueva.

Bacillos: sarmientos procedentes de la poda de las vides. Se hacían pequeñas parvas junto a las viñas, que luego eran trasladadas a las tenás. Con el nombre de bacillos se designaba preferentemente a los vástagos de vid que se usan para plantación de viña nueva. Los bacillos se plantaban con raíz (de barbado) o se implantaban como injerto sobre cepas viejas. Es voz antigua, que ya figura en las Ordenanzas de Zamora: «que ninguno sea osado de ir ni enviar a las viñas ajenas a cortar ni llevar los dichos vaçillos y provañas» (Del Canto et al., 1991).

Baile: en Calzada se hacía baile todos los domingos, las fiestas grandes y los días de cuarenta. Había en Calzada un tamborilero (Bernardo el Cojo, viejo, también conocido como «el tío Cojito»; más tarde fue Domingo, llamado «El Piño»). Cuando el baile era de día, se hacía en El Corrillo, salvo si nevaba o llovía.

En caso contrario, o si el baile se hacía de noche, se celebraba en la cárcel vieja o casa de concejo, situada en el solar del actual ayuntamiento, edificio del s. XVI tristemente demolido en la posguerra, hacia 1947. Tenía grandes arcos parecidos a los de la iglesia. Una habitación interior servía de calabozo: era el llamado «cagarrón», donde durmió alguna vez un mozo juerguista o un ladrón de mieses o ganado. Hacia el lado sur, en un anejo, estaban las escuelas de las niñas (las escuelas de los niños se localizaban detrás de la iglesia, junto con el juzgado, en una manzana que luego fue destinada a casa del médico y ahora a centro de la tercera edad). Adyacente a la escuela de las niñas, en una habitación separada, se encontraba la oficina del ayuntamiento. El espacio principal de la casa de concejo, bajo los arcos, estaba rodeado de un graderío de piedra, para que los vecinos, reunidos en concejo, pudieran tomar asiento. Estas mismas gradas servían durante los bailes para los que miraban, esperaban o vigilaban. En el centro había una mesa de piedra; cuando se organizaba una fiesta, los mayordomos o mayordomas de la fiesta ponían sobre la mesa la merienda; el alguacil traía unas medias de vino; en las fiestas de las mozas colocaban un ruedo o manta alredededor y se sentaban. La mesa de piedra pudo, en su origen, tener la función de facilitar a los hombres que iban a concejo la bebida de un trago de vino, como solía ser costumbre en las reuniones desde tiempo inmemorial.

Los graderíos de la casa de concejo fueron también escenario de otras celebraciones. Allí se representaban funciones de títeres y se echabancomedias. Venían, en particular, unos títeres de Venialbo. En época de elecciones, se daban mítines y charlas. Un discurso nombrado lo dio durante la república Marciano Muñoz, comunista, hijo de Ángel Muñoz, que fue boticario de Calzada. Marciano fue más tarde fusilado. También se hacían allí los bailes de bodas, hasta después de la guerra.

Las aguederas convidaban a meriendas en el baile antiguo de la cárcel. Las comidas, pagadas por las que organizaban la fiesta, podían consistir en un cabrito asado o un gallo. Luego, al son del tamboril, se bailaba, incluso con castañuelas; las mujeres lanzaban su relincho o jirijeo. Recaudaban fondos y compraban un cabrito o unas gallinas, y ajustaban un tamborilero. Los hombres iban como invitados. Esta situación era justamente la opuesta de lo que se hacía en el baile: los mozos pagaban al tamborilero, mientras que ellas entraban de balde.

Hacía 1915 empezó a abrir el salón de baile de la calle de la Laguna. Tenía un pianillo de manubrio. El baile era fiado, es decir, cualquier moza sin novio formal debía aceptar la invitación a bailar de cualquier mozo. El proponente se acercaba a cualquier pareja que estuviese bailando y solicitaba reemplazar al varón.

Baileles: especie de marioneta de tablillas y trapo, que se hacía en el pueblo para los Carnavales. Una señora, a la que apodaban «la tía Bailela», se encargaba de confeccionarlos. Véanse más datos en A. Gordillo (Vivencias). Al igual que en otros nombres de juegos (barájulastrúquelepídola,túmbalotráitele, se conserva sin duda en esta voz el pronombre enclítico).

Bálago: montón de mieses en la era dispuestas para la trilla. También se denomina así la espuma crasa de jabón que se forma en la pila de lavar. Esta misma acepción se constata, por ejemplo, en Fuentelapeña (Zamora). En Calzada, el alto contenido en cal de las aguas impide la formación de bálago. Se dice que es agua «muy cruda». Por eso, para lavarse antiguamente se prefería coger agua de los regatos (y para cocinar, la que caía de las tejas). Las mujeres iban a lavar ropa a los lavaderos o al regato de la Vega, al pie de los pontones. Los segadores, para su higiene personal, se lavaban directamente en las charcas, especialmente en víspera de fiesta o cuando se preparaban para el largo viaje de regreso a su tierra.

Baleo cabezudo: planta que se usa para hacer escobajos de era y corral. Parece tratarse de la Mantisalca salmanticaCentaurea salmantica. Las flores, de color azul morado, dan lugar a unos cogollos de los que se deriva el nombre. Se encontraba en tierras malas o en lindes; se arrancaba con una azuela. Eran frecuentes en El Sierro.

Baleo fino: planta que se usa para hacer escobas. Salía en tierras que durante el invierno se encharcaban. No se trata, parece, de la misma especie que la escobilla.

Baluarte: armazón del carro para la carga de mieses, forraje, heno o paja. Se hacía con unos palos largos sin punta colocados verticalmente en contacto con los tablones laterales, trabándolos con otros palos horizontales. Sujetada por esta armazón, se tendía una red de esparto holgada, que cuando se llenaba formaba grandes bolsones laterales. El baluarte es posterior al sistema antiguo, de estacones. Antes de que se generalizaran las redes, en efecto, la carga era contenida por estacones puntiagudos sobre los que iban pinchados unos cuantos haces reteniendo a todos los demás. En cambio, el baluarte permitía la carga con haces mal hechos o incluso sueltos. Las puertas carreteras eran altas, para permitir el paso de los carros cargados.

Baluga: holgura entre la camisa y el torso que permite guardar cosas escondidas: géneros de contrabando o piezas de caza. Era común disimular mercancías en la baluga para escamotearlas ante los guardas del campo o al llegar al fielato.

Bambolla: ostentación, boato, bullanga, aparatosidad. Es término común del castellano.

BandalBandujo: tripa o paquete intestinal de una res sacrificada para carne.

Barájulas: juego de mozos. Se lanzaban chapas o monedas contra un muro, intentando acortar la distancia con respecto a la pieza arrojada antes; esta distancia se medía con un palmo o una cuarta. Barajulear significaba ‘pelear’. Como trúquele pídolatúmbalo (juego pastoril, Lamano, 1915) otráitele (Pajares de la Lampreana, González Calvo, 2000), el término se deriva de alguna expresión repetida durante el juego, con el pronombre en posición enclítica: «las barajo», «las truco», «la pido», «lo tumbo»… Compárese con la voz baileles. En Muga de Alba (Zamora), barájulas era la expresión usada en el juego de las chapas para anular la tirada. Así lo recoge también Unamuno (Llorente, 1998): «cuando se tira taba y [se] cree el que la tira que el otro ha podido hacer trampa, dice ‘barájolas, para mí’ = ‘anuladas para mí’».

Baratilleros: vendedores ambulantes.

Barda: roble joven, de tronco fino y erguido. Por la descripción verbal recogida (árbol esbelto, de vara vertical), parece tratarse del rebollo (Quercus pyrenaica), que forma extensiones espesas en las zonas más húmedas del monte de Valencia de la Encomienda. En Palacios (Pal., 2001) se registra la adivinanza «fui al monte, corté un bardón, cortarlo pude, rajarlo no», donde bardón parece usarse en la acepción ‘vara de roble’. De léxico más arcaizante y leonés es el prototipo de esta adivinanza recogida por Morán (1954): «fui al monte, corté un bardión, racharlo pude, cortarlo no». Barda es palabra bien conocida en casi toda la provincia. Las ramas de barda eran usadas por los pastores y carboneros, junto a otras plantas, para hacer chozas. También se ha visto hojarasca de barda formando cama de tejas, es decir, en una capa situada sobre los cabrios (cuartones) y bajo las tejas; especialmente en cabañales y sobrados.

Bardal: monte bajo de roble, formado por matas espesas con densa hoja verde que es aprovechada por el ganado vacuno o caprino. También se emplea en sentido colectivo el término raíz: «es terreno de barda». Bardal es a roble lo que carrascal es a encina. Los troncos esbeltos de las matas se usaban como varas de apoyo y como cuartones en las tenadas. En los apeos de Huelmos (Catastro de Ensenada) aparece repetidamente el términobardal. «De Olleros y San Muñoz /son los espesos bardales» (Morán, 1940); «gordo i rroto komo páxaro de bardal» (Correas, 1627).

Barril: recipiente de barro, con cuello y dos asas, que se usaba para llevar el vino a los trabajadores del campo. Era parecido a la barrila, pero más barrigudo y pequeño.

Barrila: recipiente de barro, con un solo orificio central que admite tapón de corcho y dos asas dispuestas simétricamente enmarcando el orificio. Se usaba para llevar agua desde las fuentes a los que trabajaban en las tierras o en las eras.

Barro blanco: tipo de tierra que se usaba para enlucir los muros a modo de cal. Con la misma locución se designa un lugar del término municipal. De los de La Nava de Francia se decía: «tierrablanqueros, que jabielgan hasta las lanchas» (Blanco García, 1997). Sanz (1953) recogió en La Mata una retahíla geográfica, alusiva a una ermita de Gomecello: «La Esperanza en Gomecello, / donde sale el barro blanco / y a San Andrés en Pedrosillo / lo encajaron de un porrazo». Sobre el famoso barro de Peñausende, del tipo de caolín se oye aún: «el barro blanco de Peñausende, un burro lo saca y ciento lo venden». También se usaba otro tipo de tierra, el barro moreno, para repellar las paredes, a menudo mezclado con paja picada. De una charrada: «en Valdelacalzá anduve / sacando barro moreno / para enjabelgar la casa / que es de aquel reyno del Cielo» (Morán, 1990). Valdelacalzada es alquería de Retortillo. Eran famosos otros barros de alfarero: «buen barro hay en Muelas, bueno lo hay en Periruela» (Muelas del Pan, Pereruela o Perigüela de Sayago). Pero el barro bueno para los alfares y la construcción no daba lugar a suelos productivos: «la tierra negra lleva el pan; que la blanca por las paredes anda» (Núñez, 2001).

Barruntar: intuir o presagiar; estar inminente. «Se conoce que barrunta lluvia: van las golondrinas bajas».

Bastardo: culebra bastarda (Malpolon monspesulanus). Solían abundar en las proximidades de las fuentes. De una fuente que había ya acabado el término del pueblo, camino de Santibáñez adelante, se decía que criaba muchos bastardos; desde lejos se les oía silbar. Una moza calzuda, que solía ir allá a coger una carga de agua para los segadores que trabajaban a la raya de Valencia, les tenía mucho miedo, y se acercaba siempre a la fuente cantando en voz alta para espantarlos. Los bastardos se comían, a veces incluso en las tabernas. Su carne era blanca y fina, como pescado. Se mataban a garrotazos. Alguna vez ―se cuenta― entre las cargas de leña que se traían del monte en carros, al bajar los haces se encontraron con un bastardo enroscado.

Otras comidas pintorescas del Calzada antiguo eran los erizos (vid. erecines) y los lagartos. Estos lagartos eran los grandes Lacerta lepida (lagarto ocelado) que aún se ven por el monte de Huelmos. La caza de lagartos se hacía agrandando la hura y sacándolos directamente. De Eusebio Luengo, que era cazador famoso, se contaba que los sacaba metiendo un dedo en la hura como cebo, dejándose morder y dando luego un tirón. Los lagartos se cocinaban («se arreglaban») y no era infrecuente que se sirvieran como tapa en las tabernas. Las ranas también se pescaban, en las charcas. De las diversas procedencias de las cuadrillas que venían a la siega, eran los portugueses los más aficionados a pescarlas. Para ello iban de noche, con un farol y unas cestas, a la charca de Valdoñegas.

Batán, traer un buen: agitarse mucho, tener una actividad desmedida. «Un día de batán» es un día de un gran ajetreo.

Baulines: fruta pequeña y roja del espino albar (Crataegus monogyna). Había uno en la Alameda Grande (tercera alameda), cerca de la Fuente de Miguel Vida. A veces se confundían con los babanzos, fruto del rosal silvestre. Los niños comían o roían estas frutillas. El nombre es una probable deformación de *bayolinesmayolines (así se denominan en Ferreras de Abajo, Aliste), a su vez procedente de *mayuelo ‘espino albar’. En otras partes de Salamanca, se les llama bayolinos (Ribera) y baulinos. Circulaba también la forma variante violines, probablemente deformación infantil del término más correcto baulines. Compárese con babanzosgavanzos.

Bausán: persona aprovechada que intenta hacerse pasar por bobo para sacar tajada. Unamuno recogió la locución: «es un tío bausán». Correas también conocía esta voz, ya en 1627. Como glosa a la entrada «Alma de kántaro» explica: «dízese al tocho, bausán, floxazo». Más adelante describe la expresión «es un bausán», con la siguiente nota: «del ke se keda pasmado, mirando la boka abierta».

Bebedero: abrevadero, en su doble acepción, como charca, arroyo o manadero donde acuden los ganados a beber, o como pilón alimentado por un caño de agua.

Berraza: lenteja acuática o manta de ranas (Lemna spp.). Se trata de una planta que formaba una especie de nata verde sobre las charcas, sobre todo las más cercanas al pueblo (más ricas en nutrientes). El viento a veces, si sopla muy recio, la arrolla a un lado y deja la charca despejada. Se recogía para echar a las gallinas como comida verde. Se cogía con una escoba o con un palo largo, al que se la añadía un cerco trenzado de juncos. Cuando comían berraza, las gallinas ponían huevos con la yema más dorada. Se decía «están los huevos dorados; se conoce que las gallinas han comido hierba».

Antiguamente debió de designar también (y de ello quedaba memoria en los más viejos) una planta de zonas húmedas, que Sarmiento encontró con el mismo nombre en Toro: «una planta como berro de hojas muy grandes y tallo de verdolaga»; esta misma parece ser la berraza que Correas (1627) describe así: «se kría en arroios, i se kome kon vinagre, i en algunas partes la llaman «friera», en otras, «rrabaza».». Probablemente es el Apium nodiflorum (Sánchez-Barbudo, 1991).

Berros: planta silvestre acuática que se comía en ensalada. Es voz común en español. En Calzada era complemento de las economías humildes, como las setas y los cardillos. Se cogían berros en la Fuente del Valle; también en los Caños de Valduercos, donde bajan las aguas a reunirse con la Vega. El apodo berreroberrera aludía a los que cogían para su consumo o venta berros. En Castellanos había una Fuente de los Agriones, que hará referencia a esta misma planta.

Berza: se usa también con el sentido de ‘verdura en general’. Esta acepción es antigua (verza < lat. viridia): «a ellos, padre, vos a las verças, yo a la carne» (Núñez, 2001).

Besana: tierra de secano grande.

Bezos: morros de vacas, bueyes, caballos y otros animales. Aplicado a las personas significa, como es general en español, ‘labios gruesos o salientes’.

Bobolina: líquido con el que se mataba el gorgojo de las lentejas en el asfixie.

Boceras: vocinglero, alborotador, persona parlanchina que grita sin necesidad. Análogo sentido se registra en Fuentelapeña (Zamora). También en plural («tener boceras»), designa las berreteras o restos de comida y bebida que se adhieren a los labios.

Bodorrio: boda pobre y destemplada. La señora Martina recordaba una clasificación jocosa, de los tiempos antiguos: «hay cuatro casamientos: bodas, bodines, bodorrios y bodas de los demonios». Los primeros, hechos a lo grande, eran «cara con cara»; los bodines eran «codo con codo»; los bodorrios eran de «¿qué trajiste[s], qué te dieron?»; las bodas de los demonios eran de «a repartir los muchachos». Con estas formulillas se expresa la gradual penuria del convite. En la boda rumbona los invitados están holgados, cara con cara. En la boda de menos posibles, ya se aprietan, codo con codo; en la categoría inferior, los invitados van como de rebatiña, a ver si sacan algo; en la categoría ínfima, ya los únicos que pueden sacar algo en limpio son los niños, más ágiles y entrometidos. Los viejos y los viudos estaban expuestos a mortificantes cencerradas: «¿de qué le sirve a Martín / haber comprado los pregones, / si a la entrada Monterrubio / le tocan los esquilones? / La pobre Florencia cómo había de dar / que en un burro viejo la iban a montar» (Ledesma, 1907). Las cencerradas se hacían a la salida del juzgado (detrás de la iglesia).

Antes, solía haber tres días de celebración en las bodas. Para las comidas, se solía hacer matanza, normalmente una ternera, o una ternera y un cabrito. La víspera, los novios iban casa por casa invitando personalmente a los convidados del día siguiente. En cada casa recibían algún pequeño agasajo (vino y pastas, generalmente). Luego se cenaba con rumbo, normalmente en casa de algún familiar de los novios. Al día siguiente, los novios, separadamente, eran despertados con su desayuno de bodas, a base de chanfaina. Después venía la misa y la comida. Ésta podía celebrarse en casa de la familia o en la cárcel vieja, situada donde ahora está el ayuntamiento. Se ponían ollas de garbanzos y fideos, seguidas por jamón, carne y chorizo. El postre podía ser de arroz dulce y bollo [maimón]. Por la tarde había baile, con tamborilero y con rosca. El día siguiente (la tornaboda), se comían las sobras al mediodía, se hacían las fotos en Salamanca y, a veces, se repetía el baile.

En la noche de bodas y el día siguiente, los novios estaban expuestos a bromas y chanzas de diverso gusto. De una pareja se cuenta que, cuando volvían en auto de Salamanca, donde habían ido a retratarse, el chófer pretextó una avería a la altura del prado de las Carrerinas; y los amigos de los novios, que estaban conchabados con él, aparecieron con un burro, que llevaba dos grandes cestos de las vendimias. A la fuerza metieron a los novios, uno en cada cesto; no podían salir, de tan hondos como eran. Con el burro cargado así, un novio a cada lado en su cesto (y protestando airadamente), los amigos fueron en tropel hasta Calzada y pasearon en desfile por todo el pueblo. Otras bromas más habituales eran las de uncir a los novios con un yugo para que tiraran de un arado ligero.

La locución «hacerle la boda a alguien» equivale a ‘estar de casamentero, propiciar un emparejamiento’.

Bogalla: agalla o cecidia de roble o alcornoque. Las más habituales en el contorno son las producidas en el quejigo (Quercus faginea). Las bogallas viejas, ya crecidas, han encontrado en el pasado otros usos: por ejemplo, para hacer collares grotescos o pendientes de carnaval. Se recoge en Calzada el cantarcillo de juego de niñas: «Juan Cardoso / comió pan soso, / leche de cabra, / juego de bogalla. / Tente, Cardosito, / que no te me caigas». Hay que interpretar juego como deformación de jugo: la dieta de Juan Cardoso es la de un cabrero que anda por el monte y no conoce otras frutas que la bogalla. Esta canción se simultaneaba con el lance de una taba; a veces también se recitaba mientras se jugaba a las canicas con las bogallas y los bogallos.

Bogallobogallín: bogalla pequeña, poco crecida, de color amarillento o rojizo. Se usaban como canicas para el guá. En portugués se registra una voz muy similar, como muestra este refrán del Comendador (Núñez, 2001): «falaon le en allos, responde en bugallos» (es decir, le estaban hablando de ajos y él sale con los bogallos; como hacen los que quieren escurrir el bulto).

Bollo maimón: bizcocho suave, como en el resto de la provincia. En Calzada, sólo se hacía para la fiesta. Se acostumbraba a comer acompañado de anís (las mujeres) o de coñac (los hombres).

Boñica: boñiga. Las vecinas soltaban las gallinas a la calle para que picaran los granos de cereal intactos en las boñigas de buey y vaca. Algunos vecinos humildes recogían, con un escobajo y una herrada, las boñigas de las calles y caminos.

Botica: farmacia. Era la denominación única y general.

Boyá: rebaño compuesto por todo el ganado vacuno del pueblo (vacas y bueyes) cuando los animales estaban ociosos (holgones); era confiado para su guarda a un boyero, que dirigía los movimientos del ganado por los pastos del concejo (la Vega, la Laguna, la Portilla, Valdoñegas). Al atardecer, los animales regresaban espontáneamente hacia sus casas, mugiendo sonoramente a la puerta si no se les abría y dormían en las tenás. Durante el final del invierno, los bueyes permanecían en casa y era preciso procurarles alimento de los bueyes: «si el buei kieres engordar, demediado hebrero hasta maio le as de apazentar» (Correas, 1627). La temporada en que la boyá salía a los prados se iniciaba en mayo, hacia el día de Santa Cruz (3 de mayo). Este fecha era conocida como el día de «echar los bués a la hierba». Para celebrar la ocasión, se organizaban peleas de bueyes en las eras de la vega, cuidadosamente vigiladas por los respectivos amos para evitar lesiones. Cuando terminaban las faenas de verano y quedaban libres las eras, los bueyes pastaban en las eras de abajo; las caballerías (la burricá) en las eras de arriba. En el s. XVIII (CME), Calzada contaba con 230 bueyes y vacas de labor, 40 erales y 12 becerros. En 1919 había 235 reses vacunas, casi la misma cifra de 1752; en 1950, 299 reses (Cabo Alonso, 1955). El boyero en Calzada solía ser un vecino contratado para ello. En otros lugares podía ser un forastero: «Dende allí me fui a Las Navas, / me cogí para boyero. / Me dan tres medias de trigo / y otras tantas de centeno, / un cuarterón de tabaco / y la bula y el sombrero» (Ledesma, 1907).

Bragazas: hombre que se deja dominar por la mujer o por otras personas. También se aplica a la persona poco trabajadora.

Burdel: multitud bullanguera y ruidosa.

Burricá: rebaño compuesto por todo el ganado equino del pueblo (asnos, mulos y caballos) cuando los animales estaban ociosos (holgones); era confiado para su guarda a un pastor, el burriquero, que dirigía los movimientos del ganado por los pastos del concejo (la Vega, la Laguna, la Portilla, Valdoñegas). También aprovechaban el rastrojo una vez pasada la siega. Al atardecer, cada dueño recogía sus bestias, tarea habitualmente encomendada a los rapaces, que partían con sus cabezás hacia el ejido, al final de las eras de Abajo, cerca de la Charca Redonda.

La recría de caballerías no se realizaba en el pueblo. Según el CME, a mediados del s. XVIII había paradas de sementales en La Vellés y Palencia de Negrilla (ligadas a la arriería), y también en Cardeñosa (Cabo Alonso, 1955). Por ello no sorprende ver que en las respuestas del Catastro de Calzada figuran sólo burras (200 jumentas), sus crías (50), yeguas (22 yeguas de vientre) y potros (8), pero no hay caballos padres. Mulas había cuatro. La situación en la primera mitad del s. XX era similar, aunque aumentaron mucho las mulas: 33 yeguas y caballos, 28 mulas y 187 asnos en 1919; en 1950, 26 de caballar, 52 de mular y 140 de asnal (Cabo Alonso, 1955).

Bravío: terreno que no se labra por estar en barbecho o por su mala calidad.

Bravucón: este término, aunque es de uso general descriptivo de las personas valentonas, que aparentan más bravura de la que tienen, se aplicaba particularmente a las reses vacunas.

 

Brienda: apero con mango, dientes largos y travesaño. Se usaba para cargar paja limpia (de menor densidad que la mies sin limpiar) de la parva al carro o del carro al pajar. Es más grande que el briendo. La forma estándar en castellano es bieldo, -a.

Briendo: apero de madera con una cabeza formada por un travesaño y cinco o seis dientes cortos, que se usaba para limpiar(aventar) el grano de las parvas. En un documento salm. de 1281 se mencionan algunos pertrechos de labor, entre ellos «dos trillos buenos et una vendra, et quatro vendros» (Martín et al., 1977).

Brincar: pegar un salto. Brincar la cuerda era saltar a la comba. Los rapaces «brincaban la tapia» para coger fruta de las higueras que se plantaban pegadas a las paredes de algunos corrales. También, después de las lluvias, se podían retar unos a otros a «brincar el charco».

Bruja: remolino de polvo y arena causado por un pequeño tornado. En Valdelosa, conjuraban su peligro diciendo: «detente, detente, no vengas a la gente»; en Tardáguila hacían una cruz con pulgar e índice (PCS, p. 68). En Calzada también se hacía esa cruz, confiando en que el remolino se desviaría.

Bruños: endrinas. Fruto del Prunus spinosa o endrino. Eran frecuentes los bruños en el sotobosque del encinar o del quejigar. Cerca de Calzada se encontraban con facilidad por la zona de Huelmos, en las proximidades de la rivera de Cañedo, o en los arroyos del Mono y del Moro, al pie de Huelmos de San Joaquín. Cuando las lindes entre tierras eran pobladas de vegetación, subsistían algunos bruños en ellas. Se recuerda en particular la abundancia de endrinos en la llamada Linde de las Corderas, por el camino de la Aceña (hacia Zorita). No ha de sorprender, pues aún subsisten algunos, muy maltrechos por el arado, en los ribazos de la carretera entre Torresmenudas y Valverdón.

Bucarón: ventanuco alto, cuadrangular, sin reja, por el que se alimentaba desde la calle el pajar. Los carros, con su baluarte y redes para la carga de paja, eran dispuestos (arreculando el carro) adyacentes a la pared exterior del pajar. El bucarón, próximo en cota al techo del pajar, tenía la altura adecuada para facilitar la descarga del carro desde arriba, mediante briendas. Los rapaces se encargaban de igualar y compactar la paja, es decir, deencalcar. En algunas casas, el bucarón estaba situado sobre una puerta grande, de tipo carretero. El carro se iba vaciando al principio directamente sobre el suelo, con las puertas abiertas. A medida que subía el nivel, el vano de la puerta iba cerrándose por abajo con tablones; al final, la puerta era cerrada del todo y se continuaba la descarga de paja por el bucarón. Se oye la expresión «tener la boca como un bucarón», es decir, la boca grande.

Buebo¸ güebo: formas populares y compartidas con muchos pueblos de ámbito leonés para huevo. Cuando los calzudos iban a Salamanca en burro, con carro o a caballo, surgía la cuestión de dónde dejar las bestias durante el tiempo, generalmente breve, de sus recados: pagar a los amos la renta, comprar aperos, hacer escrituras… A la entrada había una posada a la que llamaban «La Posada del Huevo», porque, a cambio de dejar custodiadas las caballerías durante las dos o tres horas de demora, era preciso abonar a los propietarios un huevo. Otra posada de caballerías, también cerca de la Glorieta, era la de Bernabé. Por la salida hacia Ledesma había una posada de una tal señora Basilisa. En la posada no se daba pienso a los animales, que quedaban simplemente custodiados, y descansaban de sus aparejos.

Buerta, buerto: formas populares de huerto-a. También se oye Buelmos en vez de Huelmos. Existían pocas huertas en el término. Pueden nombrarse casi todas en breve espacio: en el Prao Carrerinas, a oriente de la carretera de Salamanca había una (de José Escudero, plantada hacia 1940); otra en el prao Martibáñez (del señor Frutos; se hizo en la postguerra, como huerto familiar); otra adyacente al Alcornocal (de Manuel Merino, con un trozo de viña adjunto); otra en la cuesta, sobre las eras de arriba, del señor Quico Santos, que se plantó hacia la guerra (tenía una era separada, con un pozo, del otro lado del camino que iba por la Vega; colindante a esta era había otro cacho de era del señor Juan Agustín Gallego); otra en los Rompidos de Aldeanueva, al pie del teso de San Pedro (del señor Juan Bravo; había una alameda adyacente, de Manuel Sánchez, separada por el regato); otra en el Juncal, rayana al monte de Huelmos.

Bués: bueyes. La pieza principal del orgullo de los labradores fuertes. A mediados del s. XVIII la cría de bueyes se hacía en el mismo pueblo, sin necesidad de compra en los mercados de Ledesma o Salamanca. Son abundantes las vacas de vientre citadas en las respuestas del CME, de acuerdo con la recomendación antigua: «hijos, de tus bragas, y bueyes, de tus vacas» (Núñez, 2001). Más tarde, sin embargo, los bueyes se empezaron a comprar fuera: muchas veces en el mercado de Ledesma. Los criadores, en las dehesas, ya los vendían con su nombre puesto. Los bueyes sayagueses, de enorme tamaño, eran muy pachorros y blandos; en Calzada apenas se compraban. Para arar con arado de palo, los mejores bueyes eran los de Vitigudino: ligeros, de porte alto. Para tirar del carro o de la máquina (brabán), se prefería otro tipo de buey, de cabeza recia y cuernos gruesos. Se usaban también los de raza morucha.

Eran conocidos los contenciosos ocasionados por la afición de los bueyes a rascar sus cuernos contra las paredes, lo que producía a veces desperfectos graves en los muros de barro (tapia o adobe). No sólo los bueyes se rascaban en las paredes: también los labradores se rascaban la espalda en las esquinas de las casas.

De cuando la invasión de los franceses se cuenta que una labradora rica, huyendo de los desmanes de la tropa, se fue a refugiar al monte de Santibáñez o de Valencia. Al pasar la Rivera de Cañedo, como era invierno, las aguas venían altas y ella no sabía nadar. Asi y todo, pasó, agarrada al lomo y los cuernos de un buey.

En la década de los 50 apareció el primer tractor en Calzada, pero durante toda la década siguiente eran todavía vacas, mulos y bueyes los músculos del campo. Los antiguos tractores, de marca Lanz, con tubo de escape vertical y ruido de cafetera, fueron entrando poco a poco en la vida del pueblo y, a la par, iban saliendo hacia los campos de la memoria los últimos bueyes.

Bufar (la lumbre): crepitar el fuego en la chimenea cuando arrecia el viento en la calle. Era indicio de que se iba a levantar aire.

Burra: (1) viga gruesa y horizontal, inferior a los forjados del techo, que soporta el lienzo opuesto al muro de la campana de la chimenea antigua o «de campana». (2) También se aplica a los soportes, cruzados en aspa, a modo de caballete para las labores del carpintero o carretero. Estas burras suelen tener tres patas para mayor estabilidad.

Burro: juego de niños: se ponían varios en hilera, con el tronco horizontal formando una especie de pasarela; los restantes niños iban saltando procurando llegar lo más adelante. En Palencia de Negrilla se llamaba «burro arrengao». Cuando uno saltaba con mucho impulso y se desmoronaba la cadena de niños, se decía que los de abajo se habían arringado.

Caballos trillones: caballos pesados que servían para arar. Eran lentos y poderosos. Su pachorra causó en una ocasión apuros a dos mozos que, a caballo sobre sendos trillones, habían ido a Santibáñez a traer vacas bravas para la fiesta. Una de las vacas se desmandó y salió a embestir a los caballos, que intentaron torpemente huir prado abajo, por la Rivera. Felizmente un vaquero se dio cuenta y atajó a la vaca antes de que hiciera destrozos. Algunos labradores calzudos tenían una pareja para ir a arar a Villanueva y otras dehesas de la zona. La ventaja con respecto a los bueyes es que se podía hacer la arada y regresar en el mismo día, porque los caballos, más rápidos, completaban fácilmente el camino de ida y vuelta. En cambio, con bueyes, la labor de rentero en Villanueva no cubría los gastos, pues se hacía necesario buscar comida y lugar de reposo para los animales. La forma trillón es un ejemplo más de la vitalidad en las hablas leonesas del sufijo agente en –ón.

Cabañal: cobertizo. Normalmente servía para guarecer el carro. Se accedía por una puerta carretera. A la puerta del corral se ponía a veces unacencerra para delatar la entrada de desconocidos.

Cabezadacabezá: jáquima, armazón de correas y cuerdas con el que se sujeta la cabeza de las caballerías.

Cabezazo, dar el: costumbre de pasar los vecinos en fila, al término de un funeral, ante el féretro y despedirse, uno a uno, del muerto. Para ello, se inclina la cabeza, o se hace un santiguado, o se musitan algunas palabras de oración o de despedida. Los familiares, que flanquean, de pie, el féretro, no reciben muestras particulares de condolencia. El desfile de vecinos es rápido. Esta ceremonia se hace al pie del altar, pasando los vecinos en hilera por el pasillo central de la iglesia.

Cabijales: timón del arado.

Cabras: varices. Se producían por abusar del brasero o de la lumbre.

Cabresto: cabestro, toro capado de raza grande, que sirve para guiar a las vacas bravas. Había cabestros en la dehesa de Torrejón, junto a Palencia de Negrilla.

Cabro: macho cabrío.

Cachapa: costra seca o semiseca de herida, postilla.

Cachotero: puñal corto y agudo con el que se sacrificaba a las reses vacunas en el matadero. Es como el cachetero que usan en los ruedos para dar la puntilla a los toros.

Cagarrón: nombre que se daba al calabozo para presos en la casa de concejo antigua. Este término ya fue usado por Villarroel en 1794 con una acepción que parece ser ‘andurrial, lugar escabroso, perdedero’ (citado en la edición de 1936 del Diccionario de la Academia). En el calabozo de Calzada durmieron alguna noche presos diversos. Antiguamente se ponía cepos de madera a los presos más peligrosos. Por escándalo público, antes de la guerra, fue a parar al cagarrón una pandilla de mozos que habían paseado en un carro, tirado por un burro, disfrazados de oso blanco y pantera; uno de ellos mostraba, a la primera ocasión, el culo al aire. También pasó algún tiempo en la cárcel un vecino al que se había encomendado la traída de vacas bravas para la fiesta y que no cumplió con su compromiso («puso vacas, y no hubo vacas»).

Se dice que fue encarcelado también, en tiempos más remotos, un señor de Calzada que había robado un vaso sagrado (¿un cáliz?) de la iglesia. Durante las noches se oía en su casa machacar el oro; esto hizo sospechar a los vecinos, que lo delataron. Parece recordarse, si no es absoluta leyenda, que, en vísperas de ser conducido a la prisión en Salamanca, cuando fueron a visitarlo su mujer e hijos para cenar en la cárcel, buscó alguna excusa para quedarse a solas con sus hijos, y, avergonzado de su prisión y su ignominia, los mató volteándolos contra una columna del calabozo, para que no tuviesen que vivir como hijos de tal padre: «yo he sido un ladrón, pero a vosotros nadie os llamará ladrones».

Cahorzo (ant.): charca, laguna. Con mayor antigüedad, existía la forma cadozo, que figura en testamentos y donaciones antes del s. XVIII. Algunos cadozos son naturales y otros proceden de la extracción de barro para hacer adobes o tapia.

Calabaso: especie de embudo metálico, que se acopla a la máquina de embutir el mondongo en tripa para hacer chorizos o farinatos.

Calagraño: suciedad o mugre acumulada en la cara, ojos, pestañas, cuello y manos. Las madres podían decir a sus hijos: «ven aquí, majito, que te quite esos calagraños».

Calbochero: pote o puchero de barro con perforaciones que se usa para asar las castañas y bellotas en el borrajo de la lumbre.

Calderillo: acetre, vasija pequeña en metal para el agua bendita.

Caleños: piedras blanquecinas y de poca densidad que aparecen en el subsuelo, a poca profundidad; por ejemplo, al abrir una zanja para cimentar un muro. Se usaban para rellenar agujeros o mechinales en las tapias. El término probablemente tiene su origen en la existencia de hornos de cal en Calzada (topónimos Horno de San Sebastián, Prado de los Hornos), en los que la materia prima eran trozos de piedra caliza extraídos del subsuelo. Llamaban caleños a los terrones blancuzcos que quedaban en los hornos después del cocido de la cal.

Calostros: primera leche de las hembras recién paridas, especialmente de vacas y cabras. Se cocía, se tiraba el suero amarillento que sobraba, y se preparaba una especie de requesón, que se completaba con azúcar y canela.

Calzudo: gentilicio principal de los de Calzada. La forma parece tener su origen en un floreo verbal con la palabra calzas ‘medias’. Así, calzudo es alguien que lleva grandes calzas, como haldudo era alguien que llevaba grandes faldas. La denominación no respondería a una peculiaridad en el vestir de los de Calzada, sino probablemente sería un simple juego verbal. Evidentemente no es gentilicio obtenido por sufijación rutinaria (mediante –eño-ano-ero, –ense…) del nombre de Calzada. En cualquier caso, parece que un sufijo –udo es muy raro en España como formante de gentilicios; en cambio, es común para aludir a rasgos físicos: cabezudo, barbudo, barrigudo, melenudo. Los dos casos citados por Rohlfs (1968) aprovechan este sufijo, casi siempre corporal, para producir una alcuña jocosa: cabezudos, de Cabezas del Villar; jamilenudos, de Jamilena (evocando melenudos). También cabe citar sallenuto, de Sallent de Gállego en Aragón (Garcés Gómez).

Es frecuente que el procedimiento de derivación a partir de un nombre de pueblo no se haga sufijando sino flexionando o buscando parónimos de intención jocosa. Así, a los de Alberguería de Argañán les llaman albergallos, a los de Atalaya talayos, a los de Zamarra zamarros, a los de Torre de Don Miguel torresneros (Iglesias Ovejero, 1992), a los de Collado Mediano collarejos (Cela, El coleccionista de apodos), a los de Facinas facinerosos(Garcés Gómez). Otras veces se busca una sufijación maliciosa: los de Majadas (Cáceres) son majaeros (Cela, 1975). Similarmente, los de Calzada son calzudos, buscando con ello el chascarrillo de las calzas grandes.

Callantar (ant.): calmar o silenciar. Sobrevive en el refrán calzudo «el cuco que en marzo canta, viene abril y lo callanta» (ATS, El tiempo). También se escuchan las variantes «acallanta» o, ya más alterada, «quebranta». Este dicho parece avisar a los prematuros, advirtiéndoles que a las alegrías tempraneras les sigue una segunda parte menos sonriente. Es decir, cuando llega abril, época del año en que tocaría al cuco cantar, éste ya está mudo porque ha gastado antes de tiempo su caudal musical. El cuco, con su canto primaveral, avisaba del comienzo de la temporada de fatigas ligada al trabajo de las tierras, una vez pasado el descanso de invierno. Cuando empezaba a oírse el cuco, hacia marzo, era señal de que se avecinaban las faenas de la escarda. Una variante del refrán citado se recoge en Monleras (Solano, 1989): «el rano que en febrero canta ya vendrá marzo que lo acallanta». Rano es el sapo. En Sayago y Aliste, se recoge un refrán similar, y también «quien canta, su mal acallanta» (Panero, 2000; Rodríguez Fernández, 1992). Callantar es voz arcaica, que ya usaba Berceo: «El nuestro sacerdot quando la missa canta, / e faze sacrificio sobre la mesa sancta, / todo esto remiembra la ostia que quebranta, / todo allí se cumpre e allí se callanta».

Camándulascamandulero: persona inquieta e intrigante, con hábitos de mentira o disimulo.

Camas: cobertizo para descanso nocturno de los bueyes.

Cambiza: aparvadero; apero de labranza en forma de tabla que, arrastrada por la yunta, servía para recoger la parva trillada (redonda y poco espesa) y formar la parva de limpia (alargada y de sección triangular). Las cambizas antiguas eran en forma de T.

Campanas: sobre los toques de campana en Calzada hay ya abundante documentación disponible. Véase en particular la obra de Llop y Álvaro (1986). Eran múltiples y diferenciados los toques. Las reuniones de concejo se hacían previo toque de campana, como era común en los concejos leoneses: «en el lugar de Stª. María del Monte […] estando en noble concejo juntos a son de campana tañida» (Behar y Boixo, 2001). Cuando se procede en Calzada a la instrucción del Catastro de Ensenada, la reunión concejil es convocada, «para cuyo fin fueron citados por toque de campana según este concejo lo tiene de costumbre». Correas (1627) recoge estas locuciones: «Xuntarse a boz de konzexo. Xuntarse a kanpana tañida», explicando que es «xuntarse para konsultar, o en alboro[t]os i vandos». También figura el refrán: «a konzexo malo, kanpana de palo». En Calzada se distinguía entre el toque a concejo (tres campanadas de remate) y el toque a hermandad (cuatro campanadas).

Para avisar a misa mayor, en Calzada se dan tres toques. El primero, aproximadamente media hora antes de ésta; tras una pausa, se señala con dos campanadas; el segundo toque es un cuarto de hora antes, y viene marcado con tres campanadas. El último toque es inmediatamente anterior a la salida del cura al altar, y se acompaña de una campanada. Éste se da desde abajo de la tribuna, con cuerda larga que llega hasta la torre (veinte campanadas seguidas más la una). Las mujeres entran antes que los hombres. La locución «ya han tocado la una» es común entre los que llegan tarde.

En el pasado se regulaba la vida laboral con las campanadas. Las campanas sonaban al alba (el ave maría), a la hora del ángelus (el mediodía) y al anochecer (la oración). En cada uno de estos momentos, se daban tres campanadas simples desde abajo de la tribuna, tirando de la cuerda. Durante los meses de verano, a partir de la cruz de mayo, eran las campanas las que avisaban para salir a los campos –a acarrear o a segar-. Algunos labradores, se dice, sobornaban a veces al campanero a fin de que adelantase el toque del alba y atrasase el del anochecer, para así alargar la faena de los jornaleros. Mediante los toques se coordinaban las pautas de trabajo y se facilitaba la vigilancia. En las Ordenanzas de Zamora se indica: «los vecinos puedan pazer de canpana a canpana» (Del Canto et al., 1991). Los guardas del campo, encargados de prevenir robos en las cosechas, sabían a qué atenerse, puesto que no estaba permitido salir a las tierras antes de oírse las campanas. Los guardas, antes de la guerra, se hacían respetar con tan sólo una cayada. Eran dos. Solían ir a pie (para pasar más inadvertidos) o a caballo. Después de la guerra empezaron a usar escopeta.

La costumbre de señalar en el toque a muerto la condición del finado debe de ser muy antigua, pues ya figura en un documento de Fuentesaúco del s. XIII: «otrossi pusu que non tangan las campanas mas de tres veces por el baron et duas por la muyer quando finaren» (Sánchez Rodríguez, 1987). Así lo recoge Correas en este refrán: «Tañen a misa, rrepikan a dos, murióse una viexa, perdónela Dios», explicando luego: «porke en muerte de muxer dan dos posas o badaxa[da]s solas». Esta costumbre ha pervivido: en Calzada, el código avisador se basa en el número de campanadas que suceden, separadas, al toque a muerto. Estas campanadas se llaman esposas. El Libro de Difuntos cuenta un suceso impresionante, ocurrido en 1762: por la mañana había muerto un mozo, Joseph Andrés; al empezar a oírse por la tarde las lentas campanadas del funeral, su padre, Francisco Andrés, no pudo resistir y cayó muerto de la impresión: «al oír el toque por su hijo, se sobrecogió de alguna congoja, o accidente, y no hubo lugar a la extremaunción».

Otras emergencias por las que se tocaba campanas eran los incendios (se daban campanadas muy rápidas, en sucesión atropellada): y seguidamente todo el pueblo iba al lugar del fuego con azadones y palos a cortar las llamas apaleándolas y echándoles tierra. Correas alude a este toque de emergencias (1627): «A boz de kanpana. Konvokarse i xuntarse el pueblo a konzexo o a rrentas, o en alboroto». La campana podía en efecto llamar a la revolución: en el cartulario de Carracedo se cuenta cómo en 1359 los moradores de Villaverde se rebelaron contra los criados del monasterio que venían a coger leña en su bosque de Lancinos: «salieron a ellos omes e mugeres a campana repicada e […] les dieron feridas» (Martínez Martínez, 1999).

También se hacían pagos al campanero por tocar a nublado, como se expresa en el Catastro de Ensenada. Posteriormente, se empezó a usar cohetes para espantar los nublados. Se «tiraban bombas» para «rajar la nube». Solían ser los guardas del campo quienes hacían este trabajo y, a veces, el alguacil del Ayuntamiento.

Cáncanos: piojos. Es expresión estándar pero inhabitual en el español contemporáneo.

Candados: decíase de las mieses o plantíos tan espesos que no dejaban ver los surcos. En la ciudad de Salamanca se decía que el Tormes se había candado cuando los hielos lo recubrían por entero, uniéndose de una orilla a la otra.

Candar: cerrar una puerta con llave o echar la tranca, en las puertas antiguas.

Cangallas, no poder con las: estar exhausto, desfallecido o flaco una persona o animal hasta el punto de no poder andar, mover los pies o prestar algún servicio. Equivale a ‘no poder con los zapatos’.

Cangrejos: Cangrejos de los antiguos (es decir, Austropotamobius pallipes, especie anterior a la afanomicosis epidémica provocada por la difusión del cangrejo americano) se iban a pescar al arroyo de San Cristóbal, en una zona espesa de monte de encina, quejigo y fresneras (soto de fresnos,Fraxinus angustifolia), al suroeste de El Cubo del Vino. Para la pesca se usaban los grandes cuévanos de coger paja (o cestos pajeros, menores que los de las vendimias), y como éstos, hechos con vara de sauce o mimbrera. «En Poveda, los cangrejos, / que los cría la Guareña» (Ledesma, 1907).

Canguinga: debilucho, enclenque; o, tal vez, cuentista, que inventa excusas para no trabajar. Se cita la frasecilla burlona: «canguinga, que con cuatro no puedes y con cinco respingas». También se decía «Juan Chinga» o «Juandinga». Parece que en origen aludiría a un burro o caballo protestón.Respingar aquí no tiene la acepción habitual de ‘sacudirse, pegar un respingo’, sino la de ‘brincar, correr, pegar saltos’. Es decir, el burro perezoso es acusado de fingir abrumarse con cuatro a cuestas, cuando incluso con cinco puede ir pegando brincos. No está clara la relación con canguingos, que se usa en muchas partes como respuesta sarcástica a la pregunta «¿Qué vamos a comer hoy?»: «―Canguingos y patas de peces».

Cántaro: medida antigua de capacidad, equivalente a unos 16 litros. Un cántaro tiene ocho azumbres y 32 cuartillos. Esta medida se usa todavía habitualmente en toda la Tierra del Vino.

Cantón: trozo de jabón casero. Como se hace con grasa animal, se contaba en Santiz que en algún invierno crudo aparecieron las barras de jabón roídas por lobos.

Caño: zanja o curso estrecho entre dos tierras, por donde desaguan las lluvias. Antes de la concentración parcelaria subsistían algunos caños relativamente anchos y acompañados por vegetación arbustiva.

Capón: dulce de navidad formado por higos secos abiertos rellenos de nueces. También se aplica este término, como en castellano estándar, al pollo o gallo que es capado para que engorde, o al toro o al eral recién castrado.

Carámbano: capa de hielo en los charcos y en las pilas. No se usa en el sentido habitual castellano ‘pinganillo colgante de hielo’. Las charcas de las eras de abajo, en las traseras de las casas, se candaban de hielo, con un carámbano tan espeso que 20 o 30 muchachos podían jugar y deslizarse a la vez; «entonces caían unos hielos temerosos». Aunque hubiese hielo en los lavaderos y charcas, no por ello se dejaba de lavar. Y las mujeres rompían el carámbano a golpes de tajuela o con piedras.

Carbizo: roble joven, que forma matorral. Calzada perdió en gran medida su contacto con el mundo arbóreo al dejar de labrar Santibáñez, que era en origen monte ligado al pueblo. Sólo quedaban como vínculo con el macizo boscoso de Valdelosa las incursiones en Casablanca, a la cantera, así como las idas de algunas familias a por hornija, sobre todo de jara, al monte de Valencia de la Encomienda, o al de Huelmos y Cañedino. El resultado es un marcado debilitamiento de la cultura montesina. Ello explica la falta de precisión con que se conocen los árboles de monte. Se recuerdan por su nombre los siguientes árboles de monte: fresnos, encinas, chaparros, carbizos, robles, bardas y alcornoques. Pero no se establece una clara distinción entre ellos, sobre todo entre carbizos, robles y bardas.

Ha de tenerse en cuenta la singular riqueza en especies del género Quercus del enclave abrazado por la rivera de Cañedo en su rinconada (zona de Huelmos de Arriba y Valdelosa). En un mismo golpe de vista pueden abarcarse grupos de encinas (Q. Rotundifolia), alcornoques (Q. Suber), quejigos (Q. Faginea) y rebollos (Q. Pyrenaica). Probablemente los antiguos tenían nombres diferenciados y claros para todos ellos. Esta convivencia de especies, explicable como «la superposición tan compleja entre el carácter bioclimáticamente ecotónico del territorio y la historia interventiva humana» (García Rodríguez, 1992) se ve enriquecida por otras presencias singulares, como la del alibierno (Phyllirea angustifolia), los bruños (Prunus spinosa), los espinos (Crataegus monogyna), los galaperos (Pyrus bourgeana), los gavanzos (Rosa spp.) y los diversos sauces de ribera (Salix salvifolius sobre todo).

En Forfoleda, también se conoce el término carbizo, y parece aplicarse al quejigo (Quercus faginea), muy abundante en las navas del monte. Es el árbol más rico en bogallas de todas las quercíneas de la zona. Sin embargo, en El Maderal (Zamora), cuyo monte comunal es rico en diversidad arbórea, identificaba con claridad el Sr. Martín (telefonista) la carba como ‘rebollo (Quercus pyrenaica)’, árbol de grandes hojas lobuladas y aterciopeladas, que forma grupos compactos, con altos varales. En cambio, barda era la mata de quejigo (Quercus faginea) y roble el ejemplar adulto de quejigo. En Palacios del Arzobispo, el ALCL recoge carbizo ‘roble’.

Cardo de tierra cochera: llamaban a un tipo de cardo comestible, que podría ser Xanthium spinosum ‘cachurrera’. Apenas se recuerda. Por el contrario, es viva la memoria de los cardillos, que se cogían en las tierras y se comían con los garbanzos.

Carnúcales: se dice de un pájaro volantón, que no ha echado aún plumas y no puede volar, que «está en carnúcales». Figuradamente, se aplica también a alguien desnudo, por ejemplo un niño pequeño. Parece haberse usado la locución pájaro carnúcales en referencia a cierta especie de pájaro pequeño, pero apenas puede confirmarse.

Carocas, hacer: hacer carantoñas, contar embelecos, embustes o gracejos. Unamuno anota esta voz, recogida en la provincia, como «carocas = mentiras (hacer carantoñas)» (Llorente, 1998).

Carretera (puerta): puerta grande, de dos hojas y un postigo, por la que entraba y salía el carro del cabañal.

Cascarrias: la forma castiza cascarria (y no cazcarria) se atribuye preferentemente a los excrementos resecos o restos de sangre y placenta, tras el parto, que las ovejas y cabras llevan adheridos como costra en la zona anal.

Castillejo: aparejo de trapo o paño relleno, a modo de albarda, que se colocaba en los lomos de burros y caballos para montar en él las personas y las cargas, evitándole al animal el roce.

Cebo: molido de garrobasyeros, alverjas, arritas, cebada y otras plantas que, molido, se daba como alimento a bueyes, vacas y ovejas. En un Concierto del Obispo de Zamora y el Concejo de Fuentesaúco sobre nuevos diezmos, fechado en 1251 (Sánchez Rodríguez, 1987), se indica: «que nos dien diezmo de toda la lavrancia et de pan [= cereales] et de serondaya [= herbales, literalmente ‘zarandaja’]. Et nos dexamosles diezmo de yervos [= yeros] et de negriella [probablemente es la alverja negra] et de carrauvas [= garrobas] ata VIII fanegas cada iugo pora cevo de sus boes»

Cebón: cerdo cebado o en ceba para su engorde.

Cédula: la ‘cédula de cumplimiento pascual’ era un pequeño papel impreso que se daba a los feligreses en testimonio de haber confesado y comulgado en la parroquia por Pascua.

Cegatoso: persona que ve poco, por tener los ojos cargados y llorosos.

Celemín: unidad antigua de capacidad para áridos y grano (4.625 litros). También se usaba para medir extensión. En extensión, es la doceava parte de la huebra o fanega; en capacidad, es también la doceava parte. Cada celemín de extensión equivale a 33 y 1/3 estadales cuadrados.

Cencío: dícese del prado cuya hierba aún no ha sido pastada. Es voz más propia de la zona oriental de la provincia.

Cerros: lomos de los surcos. No se usa con la acepción ‘colina, loma’. En su lugar, es habitual teso.

Céspede (ant.): hierba de las eras. En las huertas de Valverdón se usaban céspedes (trozos arrancados a ras de suelo, con hierba y raíz) para formar presas de riego, establecidas en los arroyos de Valgrande y de las Viñas. Correas (1627) recoge este refrán: «al azadón i a la laguna, zéspede i kuña». Su explicación es: «al azadón porke no se desenaste [=salirse del mango], i a la laguna porke no se vaia el agua»: idéntico en el Comendador (Núñez, 2001). Cabo Alonso (1955) indica que una mujer, la veedora, era encargada en Valverdón de regular el uso de las aguas asignadas por turno a los vecinos regantes.

Cesta de costilla: cesta fuerte con un asa, de tiras de castaño, y con una vara curvada formando el borde. Se hacían estas cestas en la sierra y se usaban para llevar la merienda.

Ciéganos: lodos o limos acumulados en el fondo de los arroyos, regatos y charcas; eran usados por los labradores como fertilizante de las tierras, aprovechando las periódicas labores de mondar las charcas. Se escucha también la forma diéganosdiégamos.

Cavijal: timón del arado. Llamado así porque en su extremo más alejado de la reja llevaba clavijas para prender el yugo.

Cocoso: dícese de la fruta (preferentemente) o cualquier producto que se estropea, enmohece o agusana. Los gusanos que salían en las heridas de las vacas o bueyes se llamaban cocos.

Cocheracochero: se aplica al garbanzo que cuece bien y que no requiere dosis de bicarbonato para ablandarse. También se dice de la tierra cuya calidad produce este tipo de garbanzos. El suelo, muy calizo, de Calzada, da lugar a un agua que dificulta la cocción. Por ello se solía recoger agua de lluvia de los canalones para cocer los garbanzos y lentejas. En una retahíla geográfica recogida en La Mata se dice: «Villanueva, Villanueva, / seis cosas tienes de buena: / buen majadal pa las vacas, / el palacio y la alameda, / buena tierra paconejos, / y la Virgen de los Remedios, / la tierra de la alameda / para garbanzos cocheros» (Sanz, 1953). Los garbanzos ya se sembraban en Calzada, esporádicamente, a mediados del s. XVIII, aunque con grandes precauciones porque esquilman mucho el terreno. Su siembra no se hacía a voleo, sino «a chorrillo» o «a tito». Una fanega de garbanzos se vendía a más del doble que la de trigo. Más tarde, con la arriería y con llegada de los abonos minerales, la producción creció.

Coger: caber, encontrar acomodo. Es vulgar en gran parte del español. Se constata en la siguiente forma, recogida en Calzada, del conocido refrán: «en abril, aguas mil, y todas cogen en un barril» (ATS, El tiempo, p. 127). También se aplica coger a aparearse los animales; y al contratarse de los criados. Una charrada recogida por Ledesma (1907) atestigua este uso: «dende allí me fui a Carreros, / me cogí con el tío Pedro / para guardar unos ganaos / que me daban buen dinero».

Cogüelmo: colmo de una medida; forma de llenado que produce un rebose, colmo o convexidad de material sobre el rasero del recipiente. Una media fanega de trigo puede cargarse rasa, cuando se pasa una raedera «corriendo el rasero», es decir, dejando la medida justa, o puede cargarse «a cogüelmo», cuando se llena por encima del filo. Echar a cogüelmoacogolmado es opuesto a echar raso o correr el rasero, como se expresa en el Catastro del Marqués de la Ensenada (hacia 1750). Correas (1627): «El kogolmo no os dé pena, ke el rrasero se lo lleva»; «sienbra en polvo, i avrás kogolmo» («esto es: montón kolmado de trigo»).

Colaciones: dulces de navidad, que solían traer para su venta los serranos. Se cambiaban por cebada o trigo; también se pagaban con dinero. Consistían en nueces, higos, castañas y turrón. A veces se comían en semana santa, para compensar las privaciones del «cohibirse de carne».

Cólico miserere: perforación del aparato digestivo, con hemorragias intestinales. Conducía casi irremisiblemente a la muerte.

Colorao: pelirrojo.

Compañones: testículos. En la recopilación de Hernán Núñez (2001): «a braga rota, compañón sano».

Comparanza: comparación o referencia. «Aunque sea mala comparanza».

Con bastante: con mucho, sobradamente.

Conejinas: planta herbácea espontánea de los sembrados, linderos y prados. Echaban un tronco o raíz como la zanahoria. Su flor era blanca. Era preciso arrancarlas con cuidado, profundizando; de lo contrario volvían a salir.

Corraliza: cercado desmontable de cañizo o de palo y tablas que se instala en las tierras para encerrar las ovejas de noche .

Corrobla: merienda y festejo; fiesta con merienda; juerga. Por ejemplo, la que se hacía en las matanzas, o la de las mujeres el día de Santa Águeda, o la que celebraba un trato. Se aplica también a un grupo o corrillo en charla animada.

Cornata: trozo de cuerno de toro, de forma tubular con dos bocas (una más ancha y otra más estrecha), que se usaba para embutir las morcillas durante la matanza.

Cornicabra: raza de pimientos retorcida y puntiaguda, de muy buen sabor para freir. También se les llama pimientos cuernocabros.

Correlindes: persona inquieta que no para en parte alguna.

Cortina: tierra cercada con vallado de piedra u otro material. En Calzada las cortinas están aledañas a las casas. Se empleaban para sembrar cebada a manta, todos los años. Esta cebada, que se segaba en verde, era el denominado herrén, y servía para el engorde de animales. «Cortinas de San Pelayo, / de El Arco, la fuente buena» (Ledesma, 1907). En Castellanos y en Almenara, las cortinas se sembraban de centeno.

Cotenas: mugre acumulada en el cuerpo humano por sudor y falta de higiene. Unamuno hace uso del término en su Vida de Don Quijote y Sancho: «para limpiar con tus cantos toda esa asquerosa cotena del espíritu». Probablemente había incorporado esta voz de sus pesquisas lexicológicas en la provincia de Salamanca, pues en un cuaderno suyo, hasta hace poco inédito (Llorente, 1998), figura la siguiente entrada: «Cotena. Costra de porquería»

Coterinacotorina: alto o cumbre de un monte. Parte superior de la cabeza, sincipucio o coronilla.

Coto: mojón o hincón de tierra o piedra para delimitar las fincas. En los apeos y deslindes antiguos se emplea como sinónimo los términos mojón ymarco. Durante las operaciones de deslinde se renovaban, sobre todo los que estaban hechos de tierra, o se les echaba unos cantos encima. En la provincia de Zamora, Álvarez Tejedor (1989) documenta además el uso de las voces hitospiedrasmarradasmarras manjanos con el mismo valor semántico. En Jambrina (Zamora), se ponían los cantos debajo de la piedra mojonera para servir de testigos de la verdadera ubicación del marco. «Se pasea Don Torcuato con su hijo Rafael, / a poner los cotos blancos a la raya San Miguel» (Pasacalles de La Quilama).

Cotral: buey viejo del que hay que deshacerse por inservible para la labor y venderlo para carne. Los bueyes alcanzaban los 10 o 12 años en la labor. A esa edad, a pesar de que «buey viejo, surco derecho», era habitual venderlos o sacrificarlos. Los labradores ricos a veces acortaban la vida útil de los bueyes, con sus criados que los castigaban mucho arando a la máquina; a los 8 años, el buey estaba acabado; se les aporrillaban las manos de artritis. Su carne era usada para el mondongo. Los chorizos eran particularmente sabrosos cuando tenían carne de buey. La matanza del buey se hacía coincidir con la de los cerdos. De alguna casa grande en las dehesas próximas a Calzada se cuenta que hacían anualmente matanza de un buey y ocho o diez marranos. Es voz que recoge Correas (1627), «Si kieres hazer buen kotral, dale de komer i déxale holgar», explicando luego: » ‘kotral’ llaman al buei viexo ke ia mengua en fuerzas, i le venden para la karnizería».

Coyundas: correas largas de cuero en forma de tiras que se usaban para uncir los bueyes y vacas al yugo. Se cantaba en la provincia: «La despedida te doy, / la que dan los labradores / con las coyundas al hombro / adiós, ramito de flores». Correas (1627) registra esta voz, en singular, en el refrán siguiente: «Por San Lukas, suelta el buei de la koiunda, mata el puerko i tapa la kuba» (San Lucas es el 18 de octubre).

 

Criado: temporero, que pasaba el verano en la casa de los labradores para ayudar en las faenas de la recolección. Solían proceder de pueblos de la Rivera de Cañedo, de Sayago o tierra de Ledesma. Antes, los criados se contrataban para un año completo, hacia el día de San Juan o de San Pedro. Llegada esta fecha, el criado que lo deseaba quedaba liberado y podía decirle al amo lo que recoge en 1627 Correas: «A Dios, ke pinta la uva»; y explica: «dicho por mozos ke se despiden en buen tienpo de los amos». En época más reciente, el contrato podía tener diversa duración: (1) cubriendo los meses de recolección, julio y agosto; (2) extendiéndose hasta completar la sementera, desde primeros de octubre a finales de noviembre; (3) ocupando el año completo. El jornalero, en cambio, se contrataba por días sueltos. Véase A. Gordillo (Vivencias) para una descripción más detallada. Según ATS, El Tiempo, en Calzada se adelantaba la contrata de los criados a San Juan (24 de junio), mientras que la de los pastores era por San Pedro (29 de junio).

Crica: escogido, protestón, melindroso. Vocablos sinónimos son criquerillaalecrique; se aplican sobre todo a los niños mimados. Vendrá de crica, que en algunas hablas dialectales leonesas designa la hendidura vaginal. Así, en Fuentelapeña (Zamora), crica es las ‘partes pudendas de la mujer’. Ya se usaba esta voz en época medieval. Alfonso Álvarez de Villasandino, que vivió entre el s. XIV y el XV, la incluye en un poema erótico: «como el asno a la borrica / vos querría enamorar; / non vos ver, mas apalpar / yo desseo vuestra crica».

Cuadril: parte superior de la cadera. Las mujeres llevaban el cántaro de agua, el baño de ropa o la tajuela al cuadril para soportar mejor el peso.

Cuarta (ant.): cuartilla, medida de extensión equivalente a un cuarto de huebra o fanega.

Cuarterón (ant.): medida antigua de capacidad, equivalente a cuatro onzas o un cuarto de libra. Se usaba para el tabaco. «Pesa presto María, quarterón por media libra» (Núñez, 2001).

Cuartilla: medida antigua de capacidad, equivalente a un cuarto de cántaro, o sea, dos azumbres (unos cuatro litros). Como medida de superficie, equivalía a tres celemines o la cuarta parte de una fanega.

 

Cuartillo: medida antigua de capacidad, equivalente a medio litro (otras indicaciones lo estiman en 0.504 l). Era la cuarta parte (de ahí el nombre) de un azumbre. 32 cuartillos equivalían a un cántaro. Las jarras de vino, que solían ser compartidas entre los mozos en las tabernas, eran de cuartillo. Correas (1627): «Un kuartillo presto es ido, una azunbre tanbién se zume, el arrova es la ke abonda»; «Vengo por agua i vino vendéis; echáme un kuartillo, i veré ké tal es». En la medida de granos equivalía a 1/48 de fanega, es decir, la cuarta parte de un celemín.

Cuartón: cabrio o viga. Se reserva habitualmente el término para los palos de madera apoyados en la cumbrera y alineados según la corriente en el tejado; sobre los cuartones descansa, a modo de colcha, la ripia de hojarasca y ramillas, que a su vez sustenta las tejas. También se llamancuartones las vigas del forjado. En el Libro del Bastón (1770), se explica: «tiene varios álamos negrillos para vigetas, quartones, de casas».

Cuatropeacatropea: galope. A la catropea: al galope. Era expresión usada por los chicos cuando regresaban de la burricá a lomos del burro propio, y se entablaban competiciones improvisadas entre los diversos jinetes. «Nadie como él ha lucido / yeguas en las cuatropeas / y mantas en las capeas / y marros en el ejido» (Gabriel y Galán).

Cucos: apodo colectivo de los de Castellanos de Villiquera. Es extremadamente frecuente el apodo cucos como gentilicio burlesco. Son cucos los de Valdecarros (Salamanca) y Mercadillo (Ávila) (Blanco García, 1997), Gallegos del Pan (Zamora) (Álvarez Tejedor, 1989), San Pedro de Mérida (Badajoz) y Valdastillas, Valdehúncar (cucones), Santibáñez el Alto (Cáceres); en Valdefuentes (Cáceres) son cucones (Zamora Vicente, 1943; Ramón y Fernández Oxea, 1949). A los de Hoyos y Valdastillas (Cáceres) les llaman también cucos. Gutiérrez Macias (1970) lo atribuye a su supuesta tacañería: salieron corriendo por capturar a un cuco que volaba con una cereza. Cela recogió el apodo de los de Pelahustán, cuquillospelacucos, y el de los de Robledo de Sobrecastro, cuquelos. También son cucos los de Almodóvar del Río (Córdoba), Villanueva (Palencia), Vilacova (Arganil, Portugal) y Villamor de la Ladre (Zamora). Llaman cucosa los naturales de Villarino Manzanas y a los de Entrepeñas (Sanabria, Zamora) (Baz, 1967). En Aragón es apodo muy frecuente. Los de Sinués y Jasa son cuculdos, los de Urdués son cuqueros, los de Abiego coculos, los de Alforque, Vera de Moncayo, La Corbilla, Pozuel, Santed, Villaruelo de los Olmos son cucos, los de Vicién son Cucosos, los de Huerrios son Cucullos y los de Ibor, cuculos.

La explicación que da Blanco García (1997) sobre el apodo de los de Castellanos de V. es sin duda incompleta: «por ser madrugadores como los cucos, debido a que existían bastantes amigos de lo ajeno, especialmente en la temporada de verano». Otra explicación, también insatisfactoria, que corre por Calzada, se basa en la supuesta existencia de un reloj de cuco en la iglesia. Unamuno recogió en la Armuña el dicho siguiente: «Castellanos de Villiquera / dan la palabra y luego la niegan» (Llorente, 1998), que parecería redundar en esta noción desfavorable de los del pueblo.

Contribuye a aclarar el sentido del mote Morán (1953), quien recogió en Machacón una retahíla geográfica alusiva a este mal nombre: «cucos los de Castellanos, / que cantan por Villiquera, / con cuatro vacas cagonas / que les cagan la mancera». En muchos otros lugares, se aprecia alguna conexión entre el apodo cucos y la vida de pastor de vacas. Es probable que el término cucos aplicado a los de Castellanos haga alusión a su condición de vaqueros (en los prados de Villiquera), dado que la relación entre el pastor y su ganado incluye silbos y voces. Lamano recoge los verbos acucar ‘burlar y hacer chifla de alguien con silbos y jijeos’, cuquearcucar ‘burlar, hacer burla, molestar, injuriar’. Correas incluye este refrán en su repertorio (1627): «al kuko no kukes, i al ladrón no hurtes». En La Alberca, cuquear es ‘cacarear, producir de noche ruidos extraños’ (Cortés Vázquez, 1957). Sánchez León recoge en la provincia de Salamanca cuquear ‘azuzar’, acepción que convendría aquí. El dictado tópico «en Valdastillas los cucos, porque cuquean las vacas» (Rodríguez Moñino, 1960-1964) parece aludir a esta intimidad vocal entre pastores y ganado.

Dos posibilidades adicionales se apuntan aquí: (1) aunque esta acepción no parece haber conservado vigencia local, cucar era antiguamente ‘beber, sorber’, especialmente cuando se hacía de modo clandestino, como los niños que sorben en el gallinero un huevo haciéndole un agujerito. De hecho, circulaba cucocucarro‘borrachín, bebedor’ en refranes y frases hechas como las recogidas por Correas (1627): «Fraile kukarro, dexa la misa i vase al xarro.

Fraile kuko, azeite de saúko. Fraile kuko, lánpara de saúko». Ésta es su explicación: «el azeite de saúko dizen ke arde mucho, i kreze en llama; i ansí el fraile bevedor, ke en ese sentido se toma kukokukarro, sienpre beve más, i si es malo kreze en el mal». Cabe por lo tanto postular, como hipótesis menor, que algunos de los apodos colectivos del tipo cuco se basen en la acusación de mamar leche, tanto de ganado propio como ajeno («quien tiene la cabra, ésse la mama», Núñez, 2001): es decir, los de un pueblo acusan a los del pueblo vecino de venir a hurtadillas a ordeñar o a mamar de las cabras o de las vacas, como a los de Puebla de Yeltes, que reciben ocasionalmente el apodo colectivo de mamadores de cabras(Iglesias Ovejero, 1992). (2) No es tampoco descartable una insinuación o segundo sentido de carácter sexual. Cucar es ‘copular’ en la comarca del Rebollar y cuca es la vulva en otros puntos de la provincia: «para la cuca más ancha, / las mocitas de Miranda» (Puerto, 1992). También en asturiano tiene vigencia cucar, tanto en sentido erótico, como en el de ‘fisgar, atisbar’ (García Arias, 2000). Es bien conocido, en cualquier caso, el recurso a la voz del cuco para zaherir a alguien acusándolo de cornudo. A ello hace relación este refrancillo del Comendador (hacia 1550), en que alguien se mofa de otro cantándole: «¡cu, cu!»; y el otro responde: «guarda no lo seas tú» (Núñez, 2001).

Cuerdas: nimbos de lluvia que se ven en el horizonte. Congestión ocre o amoratada entre las nubes y la línea del suelo, en la que a veces se adivina el sesgo de caída de la lluvia.

Cuévano: cesto mediano de mimbre y otras varas de sauce, con dos pequeñas asas en la boca, que se usaba para transportar la paja a los pesebres o tirarla en el corral o en la cuadra. Se aprovechaban también para pescar cangrejos en los arroyos. Los cestos donde se acarreaba la vendimia eran aún mayores (les llamaban asnales en los pueblos vecinos de la parte de Zamora). La recogida de racimos, parra por parra, se iba haciendo en unas cestas más pequeñas, con asa, que iban siendo descargadas luego en los cestos grandes.

Cuezo: hocico. «Meter el cuezo» es entrar donde a uno no se le llama.

Chacho¸chacha: vocativo enfático, especialmente usado entre mujeres, expresando sorpresa. Se alargan mucho las dos sílabas. Es abreviación demuchacho, aunque se usa como interjección. También es frecuente, con función parecida, la interjección Halá Huy, ambas con la vocal final muy prolongada. Cuentan de un calzudo que, haciendo el servicio, y destinado en Sevilla, vio por vez primera el interior de la catedral. Su exclamación fue: «halá qué postes».

Chalán: negociante experto y astuto en la compraventa de ganado, que actuaba en los mercados y feriales. Todos los jueves había mercado en Salamanca. También iban los labradores a Ledesma y a Vitigudino a comprar bueyes. Se solía ir en grupo, para dar más solemnidad y seguridad a la compra. Se cuenta de un labrador lo siguiente: había comprado dos bueyes en el mercado de Ledesma, y regresaba con ellos toda la Rivera arriba (por Cuadrilleros, Cañedo de las Dueñas, San Pelayo y El Arco), montados en dos caballos él y su hijo mayor. Al llegar al pie del corral de concejo, coincidió que estaban matando una res en el matadero. Uno de los bueyes «conoció la sangre» y, espantado, salió corriendo vega abajo, seguido por el compañero. Aunque dieron vuelta con los caballos, no los pudieron coger. Tuvieron que viajar de noche, a caballo, hasta Ledesma, y anduvieron preguntando por dehesas y encinares, hasta que, por las señas que daban, les ayudaron a encontrarlos. Estaban ambos bueyes pastando juntos y contentos, cerca de la dehesa donde los habían criado. «De Berrocal y Sanchón /salen los buenos chalanes» (Morán, 1940). «En Salmoral, los chalanes / chalanillos de la mierda, / para comprar un cebón / se juntan docena y media» (recogido por Unamuno a principios de siglo XX). «En La Mata, los chalanes, / los del ganado cerdal» (Bejarano, 1953), en referencia a La Mata de Ledesma.

Chalina: especie de foulard que llevaban los hombres cubriendo el cuello bajo la chaqueta. Era una prenda de adorno y protección, a modo de corbata o bufanda de hilo y de seda; se colocaba sobre el cuello de la camisa o del chaleco y bajo la chaqueta.

Chanfaina: guisado típico de arroz y menudos (bofes, callos, patas y trocitos de sangre cocida) que se tomaba como almuerzo (es decir, de desayuno) en las bodas del pueblo.

Chaperón: arreglo casero, improvisado o chapucero.

Chimenea de campana: chimenea antigua, cuyo caño era marcadamente tronco-piramidal y servía a la vez de entrada de luz y de salida de humo. La parte baja de la chimenea abarcaba casi todo el área de la cocina. Se cocinaba en el centro, y alrededor se disponían escaños o tajuelas. El lienzo más inclinado de los cuatro que componían el caño estaba orientado contra el hostigo, es decir, hacia poniente. Así se mitigaba la entrada masiva de agua durante el embernizo (temporales de invierno). A pesar de ello era inevitable la caída de gotas y copos de nieve en las cocinas, con el consiguiente trasiego de tajuelas en fuga. Se decía que en alguna chimenea grande de las antiguas hacía su nido (dentro del caño) la golondrina. Este tipo de chimenea fue progresivamente reemplazada, a partir de 1920, por las llamadas chimeneas francesas, donde se separaba la entrada de luz (a través de tragaluz o a través de lucero) de la salida de humo (por un caño mucho más estrecho, adosado al muro, y de forma casi ortoédrica).

Chirumba: palo de unos 15 cm usado en un juego infantil, que también recibía este mismo nombre. El palo tenía los dos extremos en punta. Se trazaba en el suelo un corro de unos 100 cm de diámetro, y se establecían dos equipos. Los atacantes debían conseguir que la chirumba terminase dentro del corro, y los defensores debían evitarlo. Para ello, alguien del equipo atacante lanzaba a mano el palo desde lejos intentando aproximarse al corro. Los defensores, a cada vez, disponían de tres lances para despejar. Con este fin, golpeaban con una paleta un extremo de la chirumbaimpulsándola hacia fuera. Es el juego conocido como toñatala lito en otras partes del español. Con el mismo nombre, chirumba, es usado en Fuentelapeña (Zamora). Ya Unamuno (Llorente, 1998) identificó este juego con la toña.

Cholas, cholos: bota fuerte, de cuero, con piso de madera gruesa, a modo de borceguí, que usaban los labradores en invierno. Particularmente eran útiles para entrar en corrales húmedos o en estercoleros. En la parte occidental de la provincia de Salamanca se les daba el nombre de chancas. Las suelas de palo eran comunes en el cuadrante noroccidental de la península. En Portugal se dice: «homens do Minho / vestidos de linho / calçados de pau / comem pão de passarinho [= pan de millo]».

Choricero: ternero, vaca o buey que se engordaba desde final de verano hasta las matanzas (es decir, de septiembre a diciembre), destinado a hacer con él embutido (sobre todo chorizo) mixto de cerdo y de res vacuna.

Choto: ternerillo.

Chucha: ganga, oportunidad singular en un negocio o una compra.

Chupamiel: carámbano, aguja de hielo colgante de los aleros y canalones. Esta voz es explicable porque para los niños, antes, estos colgantes de hielo eran una golosina: se cogían y se chupaban de camino a las Escuelas. Como término expresivo, es un comodín, y de hecho se habrá aplicado a diversos objetos, entre ellos a flores de sabor dulzón y refrescante. En Calzada se llamaba chupamiel a cierta planta, no identificada. Por ejemplo, en El Arco designa a la flor de la malva, que se usaba para remediar los resfriados (MVP, p. 32). En cambio, en Cespedosa de Tormes era la flor del trébol (Sánchez Sevilla, 1928).

Chupitel: ver chupamiel.

Churrasco: vino dulzón que no está del todo fermentado.

Churriburri: con la expresión «to churriburri» se alude a un conjunto de personas de toda índole; a veces, pero no siempre, es peyorativo. La forma estándar castellana es zurriburri, aunque la forma usada en Calzada es también de uso común.

Churro: ternero de cierta edad, entre uno y dos años; equivale a eral, palabra no usada actualmente en Calzada.

Churrulíchurulí: pájaro [de plumaje oscuro (y moteado), del tamaño de un tordo] (datos inseguros) que aparecía de vez en cuando sobre los tejados de las casas, cantando unas notas que sonaban como «chu-rru-lí». Los niños creían oír la voz «a dormir, a dormir». La identificación es confusa, pero podría pensarse con cierto fundamento en el alcaraván (Burhinus oedicnoemus). En efecto, el reclamo del alcaraván es un silbido potente, vespertino, reproducible como «Churr-lí». Morán recoge en su Lenguaje de la fauna (Centro de Estudios Salmantinos, 42), que incluye interpretaciones infantiles y populares de las voces animales, la clara identificación del canto del alcaraván con «a dormir, a dormir». Lamano (1915) anota la denominación popular salmantina arrumí‘alcaraván’, que sin duda es onomatopéyica; también gurrumío‘ídem’. Obsérvese que el nombre del ave llamada chorlito es también imitativo del canto (DCECH), y que la estructura del nombre es parecida a la del churulí.

Dediles: especie de guantes para los dedos, hechos de cuero, que se utilizaban en la siega manual para proteger los dedos de cortes con la hoz. En la recogida del garbanzo servían para proteger del sarrode esta planta (en Palencia de Negrilla). Se complementaban con unas piezas de cuero o lona protectoras del pecho y piernas del segador, a modo de mandiles (Álvarez Tejedor, 1989).

Demás de: suficientemente, por encima de lo exigido.

Desa: forma común, sin hiato, de dehesa. No está clara, en el habla local, la diferencia entre alquería dehesa. En gran medida depende de una convención toponímica. Por ejemplo, no se oye hablar de una dehesa de Huelmos, pero sí de la de Valencia. Casi todas las dehesas próximas a Calzada están al norte de la rivera de Cañedo. El pueblo ha mantenido una relación estrecha con las más próximas.

 

Pueden mencionarse algunas de éstas, con sus propietarios del antiguo régimen, tal como lo declara el Catastro de Ensenada: Cañedino, San Cristóbal del Monte y Casablanca (esta última, llamada también Cañedo del Yermo) eran del cabildo de la catedral de Salamanca; Santibáñez era en gran parte del Conde de Canillas; Huelmos era del Conde de Grajal y otros propietarios; Izcala, de las Úrsulas; Villanueva, del Conde de Grajal; Cardeñosa, también del Conde, salvo una quinta parte (Cardeñosita) que pertenecía al Cabildo.

 

En 1933, durante la República (García Martín, 1992), la propiedad estaba en manos seculares: Huelmos (de María de las Nieves López y Sánchez Tabernero y Fernando Rodríguez Fornos), Cardeñosa y Cardeñosita (de los hermanos Maldonado de Guevara, María del Carmen, y Julia y Mario respectivamente), Cañedino (de Vicente Oliva Rodríguez y hermanos), Villanueva y San Cristóbal del Monte (de Ricardo Soriano Scholtz, de Madrid), Izcala (de Teresa Blanco Cobaleda), Valencia (del Conde Mallada), Santibáñez y Casablanca. Villiquera era de Antonio Vázquez de Parga. Bastantes de ellas se vieron sometidas durante los años 30 a expedientes de expropiación con motivo de la reforma agraria (García Martín, 1992), aunque esta iniciativa no prosperó. En los años 1959-60, la propiedad había cambiado: Villanueva era de Esperanza Hernández Riego, Izcala estaba partida en tres cuartos, uno de Alonso Marcos, otro de los hermanos de Santiago Íñigo Martín y Benito Martín, y otro de Teresa Lammanié de Clairac. Cañedino seguía en manos de Vicente Oliva. Huelmos de Arriba era de la familia de Pío Cabanillas, el político. Huelmos estaba dividido en una parte de Mª Nieves López Sánchez Tabernero y otra de Agustín Benito. El segundo era el llamado «tío carbonero», de Matilla de los Caños, que compró su trozo de finca por 300.000 pesetas de 1948. Inmediatamente inició un gran desmonte de encinas, que se prolongó dos o tres años. Iban los vecinos de Calzada a arrancar encinas y a sacar carbón. Se dice que con la leña y carbón que vendió pudo pagar la finca.

 

Unamuno fue algunas veces a descansar a la casa de Cardeñosa, que pertenecía a su amigo y también catedrático Luis Maldonado de Ocampo. Cardeñosita tenía pocas encinas y carecía de casa grande; en ella había bastantes tierras labradas por calzudos. Lindaba por oriente con la alquería de Torrejón, donde había vacas bravas. A las fiestas de Calzada se traían a veces vacas bravas de Santibáñez para capearlas; los cabrestos, en cambio, estaban en Torrejón. Iban los mozos a buscar a vacas y cabestros, a caballo, y bajaban por el camino de la cuesta, muy orgullosos y cubiertos de polvo. Los vecinos salían a la cuesta a verlos venir. Cardeñosa tenía monte cerrado. La raya de Cardeñosa con Huelmos venía marcada por una pared de piedra suelta, que todavía subsiste muy desportillada. Por allí andaban los pastores llevando la porcá en cuanto que la bellota empezaba a pingar.

Descabezar: lindar por una parte pequeña del borde de una finca. Por ejemplo, se dice que tal tierra descabeza en el camino. En el DRAE se registra «cabecera: (10) Cada uno de los dos extremos de una tierra, adonde no puede llegar el surco del arado».

Descomarcado: descomunal, muy grande.

Desojao: hueco del carro; plataforma sobre la que asienta la carga.

Destajo: algunas obras y faenas del campo se contrataban, no a jornal, sino a tanto alzado, mediante una previsión de costes que el trabajador hacía. Para ello se basaba en su experiencia, en función del tamaño de la tierra o la dificultad prevista. El riesgo asumido cuando se trabaja a destajo se suple con empeño, rapidez y habilidad del operario.

Desurdir: separar, lavando con agua caliente, las vísceras, las entretelas y la grasa del bandal bandujo (cavidad abdominal) de un cerdo en la matanza. A veces, la operación de desurdir se hacía en las charcas; se llevaban en un cesto grande las tripas.

Devental: delantal o mandil que las mujeres colocaban sobre la delantera de la falda y la pechera para protegerla de manchas y salpicaduras.

Días de cuarenta: fiestas de segundo rango, que se celebraban pero no eran de precepto. Por ejemplo, los santos de capa, San Sebastián, San Fabián, San Blas, San Antón; también Santa Águeda. A principios del s. XX, se hacía baile todos los domingos y los días de cuarenta.

Diéganos (véase también ciéganos): limos o légamos procedentes del fondo de las charcas. Se aprovechaba como abono para las tierras de labor. Se iba extrayendo con pala y se descargaba en un carro. Normalmente se distribuían por las tierras mezclados con tierra liviana. Parece forma deturpada de liéganosyéganos. Compárese el topónimo menor Los Yéganos de Valdemoro en el Monte de la Torre (Salamanca).

Diez, echar las: tomar un pequeño refrigerio de pan y queso, o de pan y cebolla, o similar. Se daba a los segadores hacia las diez de la mañana, mientras descansaban un rato inferior a media hora y reponían fuerzas.

Domingo gordo: domingo de carnaval; es el inmediatamente anterior al miércoles de ceniza. Era día de estreno de trajes y vestidos, que se lucían en el baile. Antes de la guerra, el carnaval era muy sonado en Calzada. Se hacía mucha fiesta de máscara, y los disfrazados invadían las casas y gastaban bromas a los vecinos. Se usaban pendientes de bogallas, y se hacían unos muñecos de trapo (monacos) y unas marionetas (baileles) que se llevaban en procesión. El entierro de la sardina también se celebraba (parece ser que el domingo primero de cuaresma), llevando una caja a modo de ataúd en andas, y paseando por el pueblo con velas.

Embaer: andar perdiendo el tiempo o trabajando sin intensidad; embelesarse, ofuscarse. La forma estándar castellana, embaír, tiene una acepción próxima a ‘embaucar, engañar’.

Embelga: amelga, franja estrecha de terreno labrado, compuesta por varios surcos en los que va esparciendo grano el sembrador para asegurarse del reparto homogéneo de la simiente. Es voz arraigada, que ya aparece en documentos medievales: «et lo prado de susu cum duas emelgas de la terra» (donación de heredad en Negrilla de Palencia, Martín et al., 1977).

Embernizo: de uso sobre todo adverbial, se aplica para calificar a un estado de tiempo lóbrego, de lluvia lenta y prolongada, cuando el día se encapota y se mete en agua («está embernizo»). Suele tratarse de lloviznas de invierno, asociadas al cruce de frentes fríos. En Venialbo (Zamora), «llueve a emberniza» es equivalente a ‘cae llovizna’ (ALCL).

Embocar: colar involuntariamente una pelota, una chirumba u otro juguete en el tejado. Ocurría a menudo en los alrededores del frontón o en las traseras de la iglesia (Las Capillas).

Embruciarse: caer de bruces. En el monte de Casablanca, hay una fuente y charca del Abruzadero, que probablemente alude en su nombre a la necesidad de coger el agua poniéndose de bruces. En la charca grande del Bardal, cerca de la casa de Huelmos de Arriba, se embrució el caballo de un señor de Calzada, José Hernández, padre de Bárbara y Paca, y no pudo salir: terminó ahogándose. Por allí quedaba la Fuente del Moro, muy famosa por sus buenas aguas; cerca se cogían bruños y moras de zarza. También por allí pasaba, subterráneo, ―decían― el túnel que unía el castillo de Villanueva con el castillo de Santibáñez.

Embuelza: medida aproximada de capacidad correspondiente al hueco que definen las dos manos puestas, adyacentes y cóncavas; en castellano estándar se denomina almorzada. Unamuno recoge la locución a embuelzas «a manos llenas».

Emperaile (ant.): peraile, cardador de lana. Aparece en la documentación antigua de la iglesia de Calzada. Por un lado, como apellido (Domingo Emperayle, muerto en 1626), por otro lado ―parece― como nombre de oficio, quizás en trance de petrificarse como apellido (Ana Texedora y Emperayla, muerta en 1630). Esta forma es conocida en la documentación medieval: en 1477 se cita como testigo en una transacción de Valparaíso a un «Ferrnando Fidalgo, enperayle, vesino de Pereruela» (Llera et al., 1998). Es voz que llegó al castellano desde Cataluña, en tiempos ya remotos, originada en un étimo latino parator ‘preparador, adobador’ (DECat). A principios de siglo XX ya no quedaban tejedores en Calzada, pero en Torresmenudas sí: hacían alforjas y costales. Había en Calzada una señora, la tía Morita, que limpiaba la lana y la cardaba (ésta es la labor de peraile), y la dejaba puesta en rollos. Luego, llevaban los de Calzada la lana a Torresmenudas para encargar las alforjas o los costales. A Peñausende se iba a por mantas sayaguesas.

Empuntar: dirigir o poner en camino a alguien, alejándolo, despidiéndolo o expulsándolo.

Encalcar: apretar la paja que iba echándose en el pajar por el bucarón, a base de ir pisando. Era tarea de niños. El aire lleno de tamo irritaba los ojos. También se encalcaba la paja al cargarla en el carro.

Encañar: tarea consistente en disponer ordenadamente, en formación vertical, los sacos cuando se cargaban en el carro. El que encañaba estaba situado sobre el desojao del carro e iba situando los sacos en formación compacta hasta llenar por completo el carro.

Encinal: encinar.

Enconado: infectado.

Enfoscarse: enfurruñarse, enfadarse.

Enfurruscarse: ponerse enfadado, enfurecerse, regañar.

Enfusarenfusir: embutir, al hacer la matanza.

Engarañao: dícese del que está entumecido o encogido por el frío.

Engarrio: se dice del que es un inútil, un estorbo; también del objeto inservible.

Engorronao: amancebado. «La montaraza de Grandes, / que Rosalía se llama, / mandó matar al marido, / por vivir engorronada» (Ledesma, 1907).

Enguarina: especie de capa o gabán sin cuello ni talle, con mangas largas y anchas, sin capucha, de burel (paño grueso de lana cruda, sin teñir, que cogía con el tiempo color arratonado o parduzco). La usaban mucho los gañanes para defenderse del frío y la lluvia durante los trabajos del campo. Es prenda antigua, que combinada con las albarcas, completaba la estampa del labriego. Ya la menciona Larruga en sus Memorias (1795) como pieza destacada de la indumentaria rústica de la provincia de Salamanca. «Cuando sopla del Montalvo, / se echa la anguarina el charro» (Vergara). «En Garcihernández, los mozos, / que se van a la taberna: / unos echan a cuartilla / y otros a cuartilla y media: / el que no tiene enguarina, / le fió la tabernera» (Ledesma, 1907). Una variante de Rodríguez (1956): «los que no tienen dinero, / dejan la anguarina en prenda».

Con las lluvias y el barro de las aradas y los caminos, las anguarinas iban criando una costra de tierra, que terminaba por hacerlas muy pesadas y casi impermeables. De vuelta a casa, cuando hacía calor o cuando se habían cargado de agua con la lluvia, los labradores se las quitaban y las colgaban ―como en un perchero ambulante― del yugo de los bueyes, entre los cuernos. Si se podía, de noche se dejaban secando delante de la lumbre; esto cuando la piedra de la lumbre no era acaparada para dormir por los criados. Otras veces, se tendían de noche en las cuadras. A veces, se hacía un nudo en la extremidad de las mangas y se usaban éstas como bolsones para guardar la merienda u otras cosas.

En Calzada hacía anguarinas una señora que vivía en el Corrillo, la tía Chures. Su casa tenía un portalillo y un reloj de madera; allí cosían, a la puerta, ella y su marido. Hacían también ropa de bodas y bailes.

Enjaquimar: hacer el proyecto de una cosa, organizar.

Enjarretarse: se decía de un buey, vaca o caballo que estaba enjarretado cuando alguna de sus patas traseras había recibido cortes de la reja del arado. Para evitar el cojeo o la infección, era preciso curar estas heridas en el potro.

Entenado (ant.): hijastro. Para el nuevo cónyuge que reemplazaba al difunto, el hijo de un matrimonio anterior era su entenado. Correas (1627): «Dios te guarde de antenado: es malo de kriar, i peor kriado». En el Comendador (Núñez, 2001): «la madrastra y antenada, siempre son en baraja [=siempre andan de pelea]».

Entoñar: sepultar o hundir un objeto en tierra. Las gallinas que morían de alguna enfermedad eran entoñadas al pie de las parras o las cepas de las viñas para fertilizar el suelo.

Entradiza, tierra: terreno o heredad que, perteneciendo a propietarios de un pueblo, está ubicada dentro del término municipal de otro pueblo vecino. Calzada tenía en el s. XVIII tierras entradizas en Santibáñez o en Valdunciel; incluso, era considerable la propiedad de los quiñones de concejo (comunales de Calzada) fuera del término de Calzada. También se aplicaba a las tierras que, perteneciendo a una heredad, estaban desperdigadas, sin conexión con el núcleo compacto de ésta. En una carta de venta medieval (1430) referente a tierras de Torresmenudas, se expresa con la fórmula: «qualesquier tierras o prados entradizos que yo poseo con la dicha heredat» (Sánchez-Prieto, 1999).

Entrehermano: hermano por parte de un solo progenitor, hermanastro. No tenía buena fama esta relación: «hermano de por mitad, remiendo en costal» (Núñez, 2001).

Erecines: crías del erizo. Los erizos eran frecuentes, y solían atraparse durante la siega. También los pastores los cogían. Los que iban al monte a cortar jara los encontraban a veces entre las matas. Se dice que su carne era sabrosa. Para cocinarlos, una vez muertos (de un golpe), se metían directamente en el horno de piedra (y adobes) antiguo. Una vez asados, era fácil retirar las púas, que saltaban sin esfuerzo. En Valdelosa, donde eran abundantes, existía la práctica supersticiosa siguiente: para que a un bebé le salieran bien los dientes, se capturaba un erizo, se le quitaba la carrilleray se le colgaba como amuleto al niño (PCS, p. 24). Con respecto a la forma popular, erecín, la disimilación aquí registrada es común en las hablas leonesas (véanse topns. como VeguellinaFresnellinoVelilla).

Esalaciónsalación: rayo. Estando refugiados bajo una encina del monte de Huelmos un labrador y su criado, de Calzada, con una jornalera, les cayó encima un rayo. Esto ocurrió hacia el año 1925. El labrador (Quico Merino) y el criado murieron. La jornalera, Fernanda, que estaba un poco apartada, se salvó y más tarde se casó con el señor Federico, que ponía un puesto de almendras y golosinas en la fiesta.

Escabelescaño ligero, banco largo de madera para las cocinas y las entradas de las casas formado por dos tablas de madera, una horizontal y la otra inclinada haciendo de respaldo. El escabel no tiene apoyabrazos y da asiento a tres o cuatro personas. Entre las dos tablas referidas hay bastante distancia libre.

Escaldarse las tierras: perder productividad las tierras en barbecho cuando les da el sol en exceso. Era importante para evitarlo elegir bien la fecha dequintar, en agosto.

Escaño: banco de las cocinas, con asiento muy ancho y respaldo alto. Se usaba para las comidas y, como sobraba asiento de fondo, era frecuente que hubiera objetos apilados detrás de los comensales. El escaño era el mueble por excelencia de las cocinas antiguas, con chimenea de campana. La comida se ponía sobre una mesilla de quita y pon, en la que apenas cabía una fuente grande de la que todos se servían. De noche, el escaño, una vez despejado de los enseres que había ido almacenando, era a veces utilizado para que durmiera el criado. También se echaba la siesta en el escaño. Compartir el escaño era prueba de confianza: «Haz lo ke te manda tu amo, i sentarte as kon él en el eskaño» (Correas, 1627).

Escarbar el borrajo: remover la ceniza y las brasas en la lumbre o en el brasero.

Escarchar: cascar un huevo. Es probablemente voz corrompida a partir de escachar.

Escardar: limpiar de malas hierbas los surcos en las tierras sembradas. Es labor que se hacía hacia abril o mayo, después de la aricada de marzo. «El que en mayo escarda, hace parva» (Morán, 1954). El canto del cuco avisaba de la temporada de escarda. La tarea recaía principalmente sobre las mujeres: «cuando la escardadera / viene de escardar, / se entristecen los campos, / se alegra el lugar» (Ledesma, 1907); ocasionalmente se cogía una jornalera, y parece ser que por poco dinero: «jornal de escardadera, si de él come, no cena» (Núñez, 2001). Si se adelantaba mucho la escarda, a veces era necesario repetirla a final de mayo; por eso, algunos labradores preferían retrasar la escarda en lo posible para sólo hacerla una vez. En tiempos pasados se hacía a mano. Más recientemente se empezó a usar guantes. No era recomendable usar una zacha, porque las cañas de trigo podían sufrir. En la etapa final antes de la mecanización, las mujeres salían a la siega y a la escarda con sombrero de paja de ala ancha, y con la cara totalmente cubierta –salvo los ojos- de pañuelos. Con ello se intentaba preservar el preciado blanco de tez. La costumbre de taparse las mujeres la cara no es muy antigua. Todavía se recuerdan tiempos anteriores, cuando las escardadoras iban con la cara descubierta.

Escardencha: cardencha (Dipsacus fullonum). Este cardo, también llamado peine de lobo en otras localidades (por ejemplo, en Negrilla de Palencia), es abundante en los prados de Cardeñosa, que tal vez derive de un nombre antiguo de esta misma planta (*cardeña). Antiguamente se usaba para cardar lana. Era incluso objeto de comercio; en la ficha de Morales de Toro, Madoz reseña la venta «de cardón o cardencha de que hacen los naturales gran comercio con Béjar [para la industria de los paños]». Existe en la zona la superstición de que una cardencha colocada en el sombrero evita las escoceduras, muy habituales en los trabajos arduos de los antiguos segadores (se escocían las axilas). Esta tradición se atestigua en El Arco y en Tardáguila (MVP, p. 46). Puede sin embargo dudarse si , esporádicamente, el nombre escardencha no designa por confusión al cardo Eryngium tenue, planta mucho más pequeña, con una florecita azul con cinco púas, al que también llaman abrojos.

Escobilla: parece tratarse de la planta silvestre Agrostis castellana, o su pariente Agrostis salmantica, también llamadas en otras partes de la provinciaceacilla. Con ella se hacen escobas finas, de uso doméstico para limpiar el polvo.

Escriña: cesta redonda, tejida de paja larga (bálago) o espadaña (bayón). En algunos sitios se reforzaba con corteza de zarzamoras. Con la escriña se medía la cantidad de cebo (ración de cereal y leguminosas) que se administraba como pienso al ganado. Solían tener una cabida pequeña, de unos 2 kg. Se forraban con telas para que no se perdiera nada del pienso.

Escristianado: harto, exhausto, al límite de las fuerzas.

Esgancha (a): en abundancia, copiosamente. En Villacorta (León), se registra la locución «a esgaya» con el mismo sentido.

Esganchar el cerro: dar una vuelta de arado profundizando el surco de una vuelta anterior. La tercia y la quintada (vid. vueltas) solían estar destinadas a ello. El resultado era quitar la hierba de los surcos.

Espadaña: con las hojas de la espadaña (Typha spp., anea o rabo de gato: planta juncácea de los bordes de laguna o arroyo), también llamada en la provincia de Salamanca bayón, se rellenaban los jergones, una vez secadas.

Esparaván: aspaviento.

Espernacarse: sentarse abierto de piernas, por ejemplo junto a la lumbre o a lomos de una caballería.

Espiga: recolección de regalos y dineros durante un convite. Véase espigar.

Espigadero: arriendo de las tierras del término municipal, cuando ya se ha segado, para el aprovechamiento de la rastrojera por rebaños de ganado ovino. Estas piaras de oveja vienen del sur de la provincia y pagan al concejo por el arriendo de las tierras. Antes se apuraba mucho las tierras, espigando directamente, por lo que las ovejas pastaban sobre todo las malas hierbas de las lindes; con las primeras lluvias de la otoñada, que solían caer por San Bartolomé (24 de agosto), empezaba a salir en los surcos hierba fina. El Catastro de Ensenada (hacia 1750) atestigua la práctica del espigadero, uno de los ingresos principales del concejo: «cabezas de ganado lanar que se acogieron en los agostaderos». Se recaudaban cantidades variables, en función del números de cabezas de ganado transterminante que cada año se acogían. En 1747 vinieron 700 cabezas y se recaudó 650 reales para el concejo. En 1748, 325 reales; en 1749, 700 reales; en 1750, 350 reales; en 1751, 700 reales.

Espigar: recoger a mano restos de trigo u otra cosecha, semanas después de la siega. Esta operación apuraba la recolección, evitando desperdiciar las espigas accidentalente caídas en los surcos durante la siega a hoz. Antes se apuraba mucho en la siega y era poco lo que podía cogerse espigando. Correas (1627): «kien baxo siega, nunka espiga dexa; si siegas alto, no medrarás en el trato». Dado que la cantidad recolectada solía ser pequeña, las espigas se machaban y no se trillaban. También se llama espigar a recoger el regalo, dinero o aportación en especie que los novios y recién casados recibían con motivo de la boda.

Esposas: campanadas sueltas que siguen al toque a muerto, y que avisan, en virtud de su número, sobre la condición del difunto. Son dos si muere mujer, tres si hombre, cuatro si sacerdote, cinco si obispo y seis si papa. Para los niños se tocaba a repiquete con las esquilas (Llop y Álvaro, 1986). Se trata sin duda de una forma evolucionada por etimología popular a partir de la voz antigua posas‘campanadas a muerto’.

Esquiliche: esquilador de ovejas. A un esquiliche le echaron la culpa por la muerte aciaga de un tendero. El tendero volvía de Forfoleda hacia Castellanos por el Camino Travieso. Era vendedor de alfileres y puntillas y venía con un burro. Quedó muerto en el camino, y la gente de Calzada se subía a la torre para otear hacia allí. El lugar de la muerte se sigue llamando La cruz del tenderín. Culparon a un esquilador de Castellanos, uno del que dicen que también mató a la novia en la víspera de la fiesta. Se decía: «el esquiliche mató al tenderiche». Poco más tarde, el sobrino del muerto, estando en el salón de baile de La Mata, de noche, durante la fiesta de San Pelayo, identificó al verdadero criminal, que llegaba al baile. Lo reconoció por el tapabocas con el que se embozaba. Apagaron el candil de lucilina para sorprenderlo. Era un mozo de Valdunciel, llamado Esteban. Apresado, murió en la cárcel. Dejó carta exculpando al esquiliche.

Estacones: palos verticales del carro, que servían para sujetar la carga. En los carros antiguos, se podían quitar con facilidad y, en caso de necesidad, se usaban para diversos fines improvisados, como sacar una rueda atollada. De un burro que se cayó se cuenta que lo levantaron entre dos, metiéndole un estacón entre las patas y alzando de los dos lados.

Estadal (ant.): medida de extensión. Cuatrocientos estadales equivalen a una huebra o fanega. La medida, que se usaba en el s. XVIII en toda la Armuña (CME), se obtenía poniendo cuatro varas castellanas en cuadro, es decir, equivalía a 16 varas cuadradas (11.1823 m2). También se llamaba estadal a la medida de longitud de 4 varas (3.344 m).

Estitar: sacar los dientes a las cabezas de ajos o el grano a una vaina de legumbre.

Estomagarse: tener el estómago vacío y reclamando comida.

Estragarse: como estomagarse, tiene una acepción inhabitual, la de ‘pasar hambre, estar apremiado por el apetito’.

Fajina: se emplea exclusivamente en expresiones. «Traer una fajina», «traer mucha fajina», equivale a llevar un excesivo ajetreo. Probablemente emparentado con el sayagués fagina ‘prestación de trabajo colectivo exigido a los vecinos’.

Faldiquera; fratiquera; faltriquera: bolso grande de paño que se ataba a la cintura o al cuello por dentro de la ropa para llevar a buen recaudo el dinero. «De Ledesma son los gatos, / que rebuscan las faltriqueras» (Sanz, 1953).

Fanega: medida de capacidad, de unos 55.5 litros o aproximadamente 43.5 kg de peso, si es de trigo, y 31 kg si es de cebada (Gómez Hernández et al., 1992). Se usaba normalmente la media fanega, recipiente de madera en forma de artesa estrecha. En correspondencia con la fanega de capacidad, estaba la fanega de tierra, más propiamente denominada huebragüebra, medida de extensión (4472 m2 aproximadamente). La fanega de sembradura o huebra equivalía a 400 estadales cuadrados o 12 celemines. Cada estadal es de 3.344 m x 3.344 m, es decir, 11.18 m2 (algo más de 11 centiáreas).

La bondad de una tierra o una cosecha venía expresada por la relación simple entre fanegas sembradas y fanegas cosechadas; también por la relación entre fanegas de extensión y fanegas recolectadas. En origen, se venía a sembrar una fanega de trigo por fanega de extensión: de ahí la correspondencia del vocablo. Esta proporción se ajustaba al alza o a la baja según la bondad del terreno y según el tipo de grano. A igualdad de superficie se echaba más volumen de grano de trigo que de centeno, y más de cebada que de trigo. Como recoge Cabo Alonso (1955) de lasRelaciones del CME, «en la buena tierra, al sembrar se alarga el puño y se acorta el paso; en la mala se acorta el puño y se alarga el paso». En la práctica reciente, a comienzos de la mecanización, la cantidad que se sembraba era mayor que en el pasado. Se echaban unos 65 kg/ fanega. Incluso en las tierras malas se echaba bastante grano, por encima de lo estrictamente recomendable, para asegurarse de que la mies saliera apretada, y con ello ahorrar faena de escarda y retirada de malas hierbas.

El centeno era ya muy escaso en Calzada a principios del s. XX. Sólo se sembraba en tierras ligeras (antiguas viñas) del Cº Forfoleda y del cº Valdunciel.

Fanfarria: bravuconería, jactanciosidad; a veces, se usa como sinónimo de fruslería, cosa insignificante o de poca monta. «En Monforte, mortereros, / en Mogarraz, la fanfarria» (Puerto, 1992).

Fardel: esta voz, del español común ‘talega de lienzo o tela’, era muy usada en Calzada. En los fardeles se llevaban garbanzos y alubias, entre otras cosas.

Farraguas: desaliñado.

Fato: mal olor. Intinto o intuición: «tiene buen fato pa las setas».

Fideos: un matrimonio procedente de la zona de La Vellés iba casa por casa haciendo fideos. El dueño de la casa proporcionaba la harina, y ellos cobraban según la cantidad de fideos producida. La pasta salía blanda; para secarla al salir de la máquina que la moldeaba se le daba aire con un soplillo y se colgaban las hebras de un varal para orearse.

Flautas: con las cañas del trigo y la cebada, a los niños les hacían en verano unos flautines de juguete. También se hacían unos juguetitos de cañas deslizantes: para ello se cortaban incisiones longitudinales en la funda exterior de la caña; y al deslizar la caña de fuera sobre la de dentro, los segmentos entre incisiones se abombaban y se formaba una especie de flor.

Folgo: bolsa de piel de oveja o de cabra curtida, en forma de borceguí o de bota para abrigar los pies en invierno cuando no se tiene brasero o lumbre. Es voz del castellano estándar, aunque infrecuente.

Fosco: dícese del pelo ahuecado y rizoso.

Fréjoles: (1) Judías verdes. (2) Judías secas de color o pinta; a las judías secas blancas se les llama alubias. Solían proceder de los pueblos de la Ribera de Cañedo (Torresmenudas, Aldearrodrigo, El Arco). De Topas eran famosas las alubias. Era conocido un señor que venía de fuera y hacía estancia en una casa de Calzada para la venta de alubias. La compra de alubias y fréjoles se hacía para todo el año y en grande, dado lo numeroso de las familias antiguas. De Zorita venía un hortelano con un carro de varas tirado por una mula o un burro. Vendía repollos, pimientos cuernocabros y cebollas. De Almenara venía, en un carro tirado por una mula, el señor Remigio (gritaba: «el hortelano») y traía cebollas (para las matanzas), pimientos, tomates y membrillos. El señor Eliezer, de Castellanos, vendía cebollas coloradas. También traían ajos de Castellanos. Las patatas solían proceder de Torresmenudas y de El Arco. Ya en el s. XVIII, según el CME, eran conocidos los trajinantes de cebollas de Valverdón, que iban con su producto a la capital (en total, nueve vecinos de este pueblo se dedicaban a ello); posteriormente este cultivo fue siendo sustituido por el de las patatas (Cabo Alonso, 1955). Los aceiteros venían de la sierra de Gata. Antes, el aceite tenía, entre otras funciones, la de conservante: en ollas y potes de barro se guardaban en aceite chorizos o lentejas. En tiempos, los aceiteros traían el aceite en pellejos, y paseaban por el pueblo con el odre al hombro. Por eso, cuando a un niño lo subían sus padres por juego a un hombro –asentándolo con la barriga abajo y con los pies colgando por delante, de los que el niño era agarrado- le decían: «al aceitero».

Fresnera: soto de fresnos (Fraxinus angustifolia). En los prados de la Rivera de Cañedo hay fresnos, dispersos en su mayoría. Forman alineaciones en algunos puntos: en las cortinas de San Pelayo, en el regato de Torresmenudas, al pie del puente de Huelmos. Más arriba ya hay formaciones más densas, especialmente en Izcala. Cerca de la casa de la Izcalina hay o había una densa fresnera, comparable a las de San Cristóbal del Monte, Mayalde y El Cubo. En puntos particularmente húmedos de las fresneras hay a veces sauces. En El Maderal distinguían tres tipos de sauce: labimbrera, el saúz y la palera. Parece tratarse respectivamente de Salix fragilissalix albasalix salvifolia. Algunos añosos ejemplares de saúz, de gran porte, pueden verse todavía cerca del molino de San Pelayo y en las cortinas de Torresmenudas. Salix salvifolia es abundante formando un cordón fluvial en el arroyo que baja a la charca de Huelmos de Arriba.

Fuerte, labrador: propietario rural acomodado.

Gaja: rama grande de árbol, de la que uno puede colgarse.

Gajo: colgante del pendiente. Las charras y armuñesas ricas lucían pendientes de tres gajos. Las menos ricas, pendientes de herradura. También se llama gajo al racimo de uvas. Esta acepción ya era conocida por Correas (1627): «Alaben a Dios, i no korten gaxo» (refrán de los que tienen las palabras bonitas pero el puño cerrado). El grano de uvas, en gran parte de la Tierra del Vino, se llama babo.

Galán: vocativo de afecto. En otras zonas de ámbito leonés se usa el mismo término, especialmente para dirigirse a los niños. Así en Priaranza de la Valduerna (León); también en San Cristóbal de Entreviñas (Zamora), como vocativo cariñoso de uso general. Galánse generaliza a partir del s. XV con dos acepciones estrechamente emparentadas: ‘galanteador, seductor, aspirante a novio’ y ‘cautivador, bonito’. Juan del Encina, salmantino, emplea abundantemente ambas acepciones en su Cancionero. Probablemente, el uso generalizado de galán como comodín interpelativo tiene su raíz en la segunda acepción, de modo similar a como en otros lugares se usa el vocativo bonitoguapo. Es frecuente el uso popular de vocativos de afecto. Cela, en El Coleccionista de Apodos (1947), recoge el apodo de los de El Tiemblo (Ávila), a quienes llaman queridos por usar abundantemente esta coletilla cuando se dirigen el uno al otro. Los de Sepulcro Hilario (vulgo Sepelculario) se llaman unos a otros amantes, mientras que los de Cabrillas usan mucho el compadre (Iglesias Ovejero, 1992).

Galguerogalgo: goloso; meloso. «En Pinedas matan chivos, /en el Molinillo, cabras, / y en Los Llanos, las gallinas, / pa los galgos de Miranda» (Cid, 1986). Llaman galgos a los de Alba de Yeltes (Iglesias Ovejero, 1992). Galguería es ‘golosina, dulce’. Puede haberse hecho familiar este uso por antinomia irónica: el galgo es flaco pero el goloso es gordo.

Gallego, aire: se dice del aire que viene del noroeste. Se le suponía asociado con el tiempo templado. Ya Correas explica este término en 1627: «En tierra de Salamanka, ke kae Ledesma al gallego, entre Ozidente i Setentrión; porke kon los aires de akel lado son ziertas las aguas».

Gallina ciega: polla de agua (Gallinula chloropus). Se veían en las charcas y criaban en los cañizales del borde.

Gamarza: parece tratarse de la misma planta, herbácea y medicinal, que Sarmiento encontró en Toro (Zamora): «en Toro es la gamarzamagarza de flor grande como de manzanilla con disco amarillo, y corona blanca. Huele mal y es amarga, y acaso de ahí el nombre». Se corresponde con Anthemis cotula. Crecía en las lindes del secano y en los barbechos.

Gañán: como en castellano estándar, gañán es el que guía el arado. Los labradores acomodados tenían criados, que se encargaban de hacer las aradas. Había dos estilos de arar: el gañán fino sacaba pocos terrones y dejaba los cerros rectos y apurados, con perfecta geometría. Garcilaso era conocido por la buena mano para el arado en fino. Para esta labor podía valer el buey viejo: «Buei viexo, surko derecho» (Correas). El gañán fuerte, en cambio, metía la reja profunda, sacaba muchos terrones y dejaba la tierra revuelta y bien preparada. El señor Zarza tenía reputación de gañán fuerte. Al glosar el dicho «arada kon terrones no la hazen todos onbres», Correas indica: «sino los forzudos»; para esta labor, era aplicable el refrán: «buei garrudo, i gañán barvudo»; es decir, buey de patas fuertes y gañán fornido (barbudo) («ke el gañán sea forzudo, grande, i no rrapaz, para ke pueda hinkar i ahondar la rrexa»). En La Mata se recogió este cantarcillo: «Gañanes los de Negrilla, / que por Palencia campean, / que rompen los arados / y traen mal labradas las tierras» (Sanz, 1953). Era muy importante el pundonor y orgullo del arador: los cantarcillos populares perpetúan como ignominia los desaliños de la arada: «labradores los de Encinas, / que por no saber labrar, / la vega tuvon perdida» (Ledesma, 1907). Los méritos del buen labrador lo revestían de prestigio erótico: «si echas el surco derecho a mi ventana, labrador de mi padre serás mañana». El apodo gañanes referido colectivamente a los de Forfoleda probablemente alude a su condición de renteros, no propietarios: todavía a mediados del s. XVIII, el término completo de Forfoleda era propiedad de forasteros, especialmente el Cabildo de Salamanca.

Garrapo: (1) cría de cerdo, de edad inferior a un año. De una canción de aguinaldo, recogida en Palacios del Arzobispo: «no queremos la morcilla, / ni tampoco el farinato, / que queremos lomo fresco, / que es lo mejor del garrapo» (Carril Ramos, 1992). (2) Moratón en la punta de los dedos causado por un golpe contuso.

Garrieles: apodo colectivo de los de Valdunciel. Tal vez su origen sea la rima Valdunciel /Garriel, combinada con la alusión a «echar la garra», es decir, apropiarse de cosas con excesivo ahínco o por procedimientos abusivos. Análogamente, a los de La Zarza de Granadilla (Cáceres) se les llamagarradores («en La Zarza, garradores; / de cualquier cosa se agarran» (Ledesma, 1972)). Una rima similar justifica la referencia a la viga atravesada en conexión con los calzudos. El remoquete «los de la viga atravesada» rima con Calzada.

Garrobas: algarrobas, legumbre cultivada que se usaba como pienso de ganado (Vicia articulata Hornem.; sinónimos: Cracca monanthos Gren. & Godron; Vicia monanthos (L.) Desf.; Vicia multifida Wallr.; Vicia smyrnaea Boiss.). Se cultivaba ya en Calzada, en pequeña escala, en el s. XVIII. Como los guisantes, esquilman poco el terreno, y se pueden plantar en tierras arenosas y pobres. Su siembra se hacía a voleo; se solía dar una sola aricada, de adviento. Se recogían entre San Antonio y San Juan, un poco antes de las lentejas, con cuadrillas de segadores o con mujeres; la recolección se hacía a mano, usando hoces viejas a modo de gancho (Cabo Alonso, 1955). Su paja se mezclaba con otras de herbales para la lumbre y para alimento de ovejas y vacas. «Cada cosa para lo que es: las algarrobas para los bués» (Morán, 1954).

Garullo: persona alta, grandona; a veces se aplica al adulto que hace cosas de niño; o al desgarbado.

Gata: agujetas; calambres y engarrotamientos musculares. Cuando se ha trabajado mucho o caminado una larga distancia y al día siguiente se resiente el cuerpo se dice: «tengo una gata…».

Gatuña: hierba con muchos pinchos que crecía en las lindes y entre los surcos. Era un suplicio para los segadores y escardadores. Tenía una flor roja y blanca. Se trata probablemente de Ononis spinosa. Correas cita el refrán: «el buei viexo, arranka la gatuña del barvecho». Y explica: ««gatuña» es ierva kon espinas a manera de uñas de gato». En Sayago se dice: «en abril, quita la gatuña con la azada o con la uña» (Panero, 2000): es decir, como sea. Antes se sacaban en invierno a golpe de azada las raíces y gatuñas de las tierras. Con ello se formaban montones o gavillas que eran luego quemadas. Al vagabundo Molina (principios del s. XX) le pagaban 5 reales por día dedicado a quitar raíces de las tierras. Cuentan que, aburrido un día de su labor, regresó al pueblo y alertó a los vecinos diciendo que se había topado con una serpiente grande «al camino Castellanos». Concurrieron los vecinos; Molina iba delante. Al llegar, señaló: «ésa, ésa es la serpiente». Lo que señalaba era su propio azadón, caído de través sobre el camino, que, en su holgazanería, contemplaba con tanta repulsión como a una serpiente.

Gavancera: zarza que da los gavanzos.

Gavanzos, -as. frutos del escaramujo o rosal silvestre (Rosa sp.). Existía uno en la loma al norte de Calzada, en un ribazo en La Castaña, entre el camino Huelmos y la carretera. También eran abundantes las gavanzas en el camino de Forfoleda (actual carretera) y cerca del Pinar (alameda primera). Otro había en la Calle Carrascal yendo a los lavaderos. Se usaba un cocimiento, «agua de gavanzos», con fines medicinales poco definidos. En Retortillo, los gavanzos cocidos se usaban como remedio contra la tos (MVP, p. 77).

Gavilucho: cernícalo común o primilla (Falco tinnunculusFalco naumanni). Criaban antes en la torre del campanario y en el tejado del herrero.

Gozarse: ponerse maduro, sazonarse.

Grajagrajo: ave córvida de plumaje negro, que grazna mientras vuela. Habitualmente se llama así en Calzada a la corneja (Corvus Corona).

Grancias: granzas; residuos de paja gruesa, nudos de caña, piedrecitas, espigas, granos sin descascarillar o todavía agarrados a la espiga (corzuelo) que quedan al término de la trilla, limpia y acribado del trigo y la cebada. «las grancias están formadas por espigas de trigo, en este caso algunas con argañas, otras, medias, que no ha deshecho la trilla, granos de trigo con cascabullo, pajones y trozos de yerbas silvestres, que vienen en los haces de la mies» (Antonio Gordillo Asunción). También se iban sacando grancias mediante el barrido con escobajos de la haz de los muelos. Se solía echar a los animales, especialmente a bueyes y caballos. El Comendador recoge el refrán: «más valen granças de mi hera que trigo de troxe agena» (Núñez, 2001).

Grande: mayor en edad. «Es más grande» equivale a «es más viejo».

Granzón: conjunto de grancias.

Guá: palabra común en castellano, que designaba en Calzada el juego de las canicas y el hoyo; las canicas debían dirigirse al hoyo o guá. También se le daba el nombre de Cuá.

Güera: (gallina) que está empollando los huevos.

Guinaldo: aguinaldo. Lo piden los quintos en la víspera de Reyes; con lo conseguido postulando puerta por puerta, hacían una merienda copiosa, que valía de cena.

Guindas: eran conocidas en Calzada las guindas de Tierra del Vino, cultivadas en las josas o guindaleras de secano de El Maderal, Villamor de los Escuderos y otros pueblos cercanos. También traían de allí los peros de Toro (peras dulces, pequeñas y jugosas). Una señora solía venir de Villamor trayendo aguardiente y tenía que regresar ya de anochecida por las soledades del camino de Topas, monte de Huelmos, prados de Cardeñosa, Topas y Valdehermoso hasta su pueblo. Era mujer recia, grande y fuerte, con maneras hombrunas. Le preguntaban: «¿y no le da miedo volverse sola por esos montes?»; ella respondía: «no, porque si me sale un lobo, le pongo el burro; y si me sale un hombre, me pongo yo».

Guiñapa: dícese del vino que inesperadamente pica (porque se haya avinagrado ligeramente), que burbujea o hace guiñar los ojos. También se aplica a otras bebidas.

Guiñarle [a una mujer] los santos: tener aviso o presentimiento de embarazo. Un desvanecimiento durante la misa, un malestar u otro síntoma eran tomados como expresión pública del comienzo de embarazo.

Herbales: cultivos de leguminosas (garbanzos, lentejas, yeros, algarrobas, muelas). Hasta principios del s. XIX era muy escasa la siembra de estas plantas, y muy limitada su diversidad. El cultivo de cereales era el dominante, y se hacía por año y vez, dejando descansar la tierra en años alternos. Sólo se sembraban de vez en cuando cebada, garrobas y garbanzos, en «muy corta porzion», aprovechando el año de descanso de las tierras de pan llevar. En otros pueblos, como La Mata, consta en los libros de Tazmías (Cabo Alonso, 1955) la producción escasa e intermitente de arvejas (desde 1760), lentejas (desde 1767) y yeros (desde 1782). La intercalación de cultivos de leguminosas es práctica que los redactores del CME (hacia 1752) parecen desaprobar, pues agota la tierra; se dice por lo tanto que tales cultivos se hacen «con deteriorazion de las especies de trigo». En efecto, las lentejas o las garrobas se sembraban antes de navidad e impedían dar a las tierras un reposo suficientemente prolongado.

Cabo Alonso (1955) describe el proceso de intensificación agraria que se inicia con el s. XIX basado en el intento de rentabilizar las tierras durante el año de descanso y, más tarde, introducir una rotación compleja de cultivos. Para paliar la antes citada deterioración se buscaron especies de ciclo muy corto, que dejaran la tierra en descanso gran parte del año (medio barbecho). Los arrieros, abundantes en Negrilla, La Mata, Pedrosillo y La Vellés (entre otros pueblos), introdujeron nuevas semillas, de siembra tardía pre-primaveral (alrededor de Santa Águeda): muelas, guisantes, yeros, arvejas tardías y garbanzos: «Los guisantes en enero / suelen ser perecederos: / la siembra de los guisantes, / de febrero en el menguante». En Valdunciel se sembraron guisantes por primera vez en 1832-33; muelas en la siguiente campaña.

Por tamaño, y ordenadas de menor a mayor, las semillas redondas eran: yeros, arritas, alverjas, guisantes. Las tres primeras se usaban sólo para pienso de ganado. Las muelas eran más grandes, de color blancuzco o verdoso, de forma irregular (Franco y Ramos, 1996).

Herbaliza, paja: paja de herbales, de alto poder combustible: se usaba para producir un fuego lento, muy apropiado para la cocción del puchero; también era buen alimento de vacas y ovejas. La paja de lentejas era la que mejor borrajo hacía y también la más apetecida por el ganado; por ello a veces se almacenaba aparte (Cabo Alonso, 1955).

Hermandad: junta de vecinos para decidir sobre la administración de las propiedades de concejo, los prados, el arriendo de los rastrojos (espigadero). La reunión de concejo, en cambio, tenía funciones más políticas, ligadas a la vida regular del municipio: elecciones, obras, arreglos de caminos.

Herrada: cubo de zinc para sacar agua del pozo. Antes sería de duelas de madera sujetas con dos o más cinchos de hierro, y de ahí se derivará el nombre: «la más ruyn cabra se caga en la herrada» (Núñez, 2001).

Herrén (ant.): cebada en verde que se sembraba en las cortinas, todos los años, para cebar (en consonancia con la etimología de cebada) al ganado. Esta voz, anticuada, fue reemplazada por verde. Según el Catastro de la Ensenada había tres calidades de herrén en Calzada (según la bondad del terreno). La siembra en las cortinas requería comparativamente muchas fanegas por huebra, porque la semilla de cebada es muy voluminosa, de baja densidad: si la cortina era de primera, se sembraban 2 fanegas (24 celemines) por huebra; si era mediana, 20 celemines; si era inferior, 18 celemines. La cosecha se medía en quintales: 12 quintales por huebra si la cortina era superior, 8 y 4 respectivamente si era mediana o inferior. En otros pueblos, las cortinas de herrén eran sembradas con centeno (en Almenara, por ejemplo).

Hijuela: ajuar de la novia. También es la parte de herencia o partija (en arras, vestidos, caudales, alhajas, tierras o animales) que recibe de sus padres el novio o la novia como ayuda para empezar su vida de casado.

Hiscal: montón de mieses de trigo o cebada sueltas en la era que se iba extendiendo para formar a su alrededor, concéntricamente, la parva de trillar. Hasta mediados del s. XX, el montón de bálago no era tendido uniformemente al descargar del carro los haces para la trilla, sino que se dejaba en el centro una prominencia o hiscal, a cuyo alrededor giraba el trillo recorriendo una pista limitada hacia el centro por el hiscal. A medida que las espigas iban siendo desgranadas por el trillo, se iba descargando del montón central («regando los haces») para seguir alimentando la banda de trillado. Este procedimiento subsistía en Sayago aún al principio de los 1980s y también en la aledaña tierra de Miranda.

Las tareas del campo aparecen sintetizadas en los documentos legales del medioevo. Así en el fuero de Valle (Zamora): «Barones de Valle faciant illa serna de palacio II dies ad relvare, et bimalla, et seminala, et secala, et carreala ad illa era, et trillala, et lexalla» (Sánchez Rodríguez, 1987). También, en Almaraz de Duero: «una die in rebrar, alia in bimar, alia in seminare et postea segar et ducere ad aream et terere et ducere panem ad Zamoram». Con otra formulación, se indica en el caso de Bamba (1224; en Sánchez Rodríguez, 1987): «Et illud quod relvaverint, biment, seminent, metant, ducant ad aream, terant et congregent». Después de la labor de terere ‘trillar’ venía la de congregare ‘cambizar o juntar la parva’. También se especifican las comidas que recibirían los trabajadores: «quando fuerit alimpiata, ducant eam Zamoram et minant ubi voluerit Episcopus. Et Episcopus det portatoribus panem, vinum et caseum. Quando sernam relvaverint, bimaverint et seminaverint, det eis Episcopus: in mane, panem, vinum et caseum; et in sero, panem, vinum et carnem. Quando segaverint et tribulaverint, det eis Episcopus: in iantare et in merenda, panem et aquam et caseum; in cena, panem, vinum et carnem, vel in die piscaminis, piscamen».

 

En cuanto a los trillos, en Calzada existían dos tipos: el más común, de tablones con pedernales («la cuenta del trillo, en cada agujero su guijo» en Núñez, 2001); y la trilladora para caballería, una especie de cajón sobre una base de ruedecillas de metal cortante.

 

Hocicar: cotillear, curiosear. También se dice de cerdos, jabalíes o perros cuando hozan.

Hoja (ant.): parte del término del pueblo que por acuerdo común de los renteros y propietarios se cultivaba a la vez. El término dividía sus tierras de cereal en dos hojas. Dado que todas las tierras de cereal eran de año y vez, es decir, se sembraban sólo una vez cada dos años, era deseable ponerse de acuerdo para que todas las tierras en descanso fueran contiguas. Ello permitía a los ganados pastar libremente sobre la hoja en barbecho. De este modo, una mitad del término en cada año estaba en producción y la otra mitad en descanso.

En Calzada no había en 1750 división en dos hojas. Esto indica probablemente la incapacidad de los vecinos y propietarios (muchos de ellos absentistas) para ponerse de acuerdo; y acarrearía sin duda un esfuerzo mucho mayor de pastoreo y vigilancia. Tampoco había hojas en Palencia de Negrilla ni en Villares de la Reina (Cabo Alonso, 1955). En cambio, Valdunciel tenía sus dos hojas, separadas por el prado de la Vega: la hoja del Monte, al norte, y la hoja del camino de Salamanca, al sur. También Valverdón tenía la hoja de Valgrande y la de la Ermita. Forfoleda tenía la hoja de Arriba (al este de la población) y la de Abajo (al oeste); aquí se constata nuevamente, como en los aires, el uso de arriba como ‘valle arriba; remontando la corriente’. En Castellanos de Villiquera, las dos hojas eran la del cº de Mozodiel de Sanchiñigo, hacia el oeste, y la del cº de La Mata, hacia el este.

Holgón: dícese de las reses, principalmente vacunas, que no realizan labor.

Horca: pequeña trampa de resorte, hecha con alambre de metal, que se disimulaba en los montones de trigo o a ras de suelo para atrapar pájaros. Las víctimas habituales eran pardales y tordos. Era entretenimiento común de los niños. Luego las víctimas eran comidas en casa. Se compraban en las ferreterías en Salamanca. También recibían el nombre de horcas las tornaderas de dos o más puntas, de metal o de madera.

Hornillo: molde de metal, generalmente de cobre, que usaban las mujeres para dar forma y cocer el bollo maimón o pan de bizcocho, a base de huevos batidos y almidón.

Hostigo: orientación o flanco de las construcciones que se encuentra más combatido por las inclemencias (lluvia inclinada y viento). En Calzada, corresponde al poniente (hacia Forfoleda). Las casas antiguas protegían los muros del hostigo con chapados de tejas, verticalmente alineadas y puestas en canal (sin tejas cobijas). Subsisten algunas paredes medianeras y soles de gato con este revestimiento de tejas. Estas tejas de resguardo eran especiales, porque se cocían con un agujero central, que servía luego para asegurar su fijación a la pared. En general, las tejas en Calzada se compraban en Los Tejares, anejo de Villanueva de Cañedo, situado a la izquierda de la carretera de Zamora. Es un paraje distinguido por sus suelos intensamente arcillosos.

Huebra: medida de extensión, igual a la fanega. Esta última se usa indistintamente para capacidad o para extensión, pero huebra sólo se aplicaba (s. XVIII) a la extensión. En las respuestas al Catastro de Ensenada se expresan las productividades de la huebra o fanega de tierra. Una pareja de bueyes podía encargarse anualmente de la labor de unas 40 huebras.

Hurgar: remover el brasero o la lumbre. Figuradamente, se aplica, como es también común en español estándar, a indagar y pesquisar en acontecimientos oscuros o pretéritos.

Igualas: pagos prorrateados de los vecinos al médico y veterinario. Era una cantidad en especie o en dinero que se pagaba al médico y sobre todo al veterinario por sus servicios anuales. La cantidad pagada era proporcional al número de personas o de animales cubiertos por la iguala. A mediados del s. XVIII, según el Catastro de Ensenada, el cirujano, Ysidro Valle, estaba «ygualado» entre los vecinos del lugar. Cada uno le pagaba una fanega de trigo al año; las viudas pagaban sólo media fanega. El total estimado anual que cobraba era de 1680 reales. Aparte se contabilizaban pagos no reglados que le hacían al cirujano los «mozos albarranes», es decir, los solteros, cuando iban a consulta. Duraron, como tradición ya semi-extinta, hasta 1987. Las suprimió del todo el médico D. Enrique Sánchez, según el Boletín Los Miliarios, marzo 1987, nº 22.

Implarse: timpanizarse el ganado vacuno por comer en exceso hierba verde. Se les hinchaba la barriga y podían morir.

Jabetá: herida con arma blanca en la cara o en otra parte del cuerpo; corte de una loncha de jamón con cuchillo.

Jardo: dícese del ganado vacuno cuya capa es de dos colores, negro y blanco. Equivale al término estándar berrendo en negro. A los bueyes jardos a veces se les ponía por nombre Golondrino.

Jera: faena, tarea. Habitualmente se usa en sentido irónico: «ha hecho una buena jera», es decir, ha cometido una fechoría o causado un desperfecto considerable. Antes se usaría en sentido recto, como ‘labor de un día’: «la gera de mayo vale los bueyes y el carro; y la de junio, los bueyes y el yugo» (Núñez, 2001).

Jergón: colchón relleno de paja o espadaña cuya funda era de tela gruesa y rústica o jerga.

Jijas: endeble.

Jirijear: echar relinchos los mozos y las mozas en medio y al final de las canciones o cuando iban de camino a alguna romería. Por Santa Águeda, las mujeres jirijeaban. Es voz que ya recoge Unamuno a principios de s. XX (Llorente, 1998), añadiendo «se dice en La Armuña».

Jollos: cizaña de los sembrados. Se parece al trigo; tiene una espiga alargada y sale en manojos. Juan del Encina ya usa este término: «En lugar de trigo davan / magarça, jollo y avena / yervas que flores llevavan / cardos y espinas mostravan / fruto de dolor y pena» (Cancionero, siglo XV).

Juego de pelota: es de tradición antigua en la zona. Larruga, en sus Memorias (1795) dice que había dos juegos de pelota en la ciudad de Salamanca (Rupérez y Lorenzo, 1994). El frontón de Calzada no es mencionado, sin embargo, en el CME.

Ladero: de verticalidad imperfecta. «Esa torre está ladera».

Lamberón: goloso.

Largafamilia: familia numerosa.

Lavadero: tabla restregadera de madera que se llevaba para lavar al río o a los lavaderos. La operación, con lavadero (para lavar y para escurrir), baño y tajuela, se hacía sobre todo en los lavaderos tras del cementerio, alimentados por el arroyo que mana en la fuente del Valle. También, y de modo más excepcional, se recurría a los lavaderos de la fuente de Miguel Vida, próximos a la llamada tercera alameda o Alameda Grande. De éstos, que son más pequeños, se decía que eran usados por las mujeres que habían tenido enfermos o muertos en casa, para evitar la propagacíón del mal. Finalmente, se recurría en días aislados a lavar en la chopera de Zorita, sobre el Tormes, sobre todo al término del verano.

Antes se iba por el Camino la aceña o por el camino Valcuevo a moler al Tormes, cerca de la aceña de Zorita. Se llevaba una caballería, y cuando se aprovechaba para excursión, se uncía a veces el carro con los bueyes. Los hombres iban a su negocio y las mujeres se quedaban lavando sobre la corriente. Las idas a la aceña de Zorita tuvieron continuidad incluso después de que en Calzada se pusiera el molino eléctrico de la carretera (construido por Bernardo Olivera en 1911). Se cuenta de una moza que, yendo sola con un burro cargado de trigo, se le cayó –por ir mal sujeto- el costal al suelo lejos del pueblo, en el camino la Aceña. Como el peso de los costales era muy grande (a veces de 80 kg), ella sola no podía volverlo a cargar a lomos del burro. Para salir del paso tuvo la siguiente ocurrencia: ató las cuatro patas al burro, dejándoselas muy juntas entre sí; luego empujó al animal, hasta que éste cayó tumbado al suelo. Entonces fue empujando y moviendo el costal a tirones, hasta que logró pasárselo por encima del espinazo al burro. Ató firmemente el costal, y desligó las patas del burro, que se levantó con la carga a cuestas.

Lecheriegas. Plantas verdosas, de flor amarillenta, ricas en látex, del género Euphorbia. Probablemente, en Calzada se trata de Euphorbia serrata(Sánchez-Barbudo, 1991).

Legua (ant.): medida itineraria que usaban los viejos. En Valdelosa perduró su uso hasta la posguerra. Equivalía a 5.57 km .

Lenguas de buey: planta espontánea de los sembrados. Es una boraginácea de flor azul, y tiene néctar dulce en el cáliz.

Libra: unidad de peso antigua, equivalente a la centésima parte de un quintal o a 1/25 de arroba; es decir, 460 gramos. Cada libra se dividía en 4 cuarterones o en 16 onzas. La lana, el pan, la carne y el queso se vendían por libras. Las ofrendas antiguas en las misas por un difunto solían ser de una o más libras de pan; y también se daba cerillas y vino para los responsos.

Limpiar: aventar las mieses, una vez trilladas y juntadas, volteando el grano y la paja revueltos mediante bieldos de madera, primero, y luego con palas de madera, cuando ya se ha ido eliminando la paja. Para ello hacía falta viento suave y sostenido. El resultado era una especie de separación aerodinámica, que creaba dos montones alargados en la perpendicular del viento y paralelos entre sí: uno de grano (el muelo) y otro de paja (la parva o pez). Luego se cribaba el grano, mientras el muelo iba siendo abaleado por las mujeres con escobajos y se recogía para darle forma cónica. Lasgrancias y piedrecillas producto del abaleo, y las que salían al barrer la era, se reunían en un montoncillo adicional y se usaban para cebo de gallinas y cerdos. A este montoncillo se le llamaba barreduras en Calzada y terraguero en El Cubo (Álvarez Tejedor, 1989). La limpia era hecha por cuadrillas de hombres, normalmente el labrador, sus hijos y algún vecino o criado. Era trabajo jovial, que se acompañaba de relatos y chascarrillos.

Liscalizca: caspa del pelo de la cabeza. Para limpiarla se empleaba una peina o peine «espeso», es decir, de dientes apretados y finos.

Lucera, -o: hueco de luz en el tejado. En las casas antiguas más pobres, carentes de chimenea (cuando no hay leña o paja abundante, una chimenea da más frío que calor), el humo salía por pequeños huecos definidos por una teja levantada. Más tarde se usaron las tejas traslúcidas con fin iluminador. En las casas más acomodadas, los tragaluces se generalizaron acompañando a la aparición de la chimenea francesa (separación de hueco de luz y hueco de humo).

Lucilina: petróleo que se quemaba en los candiles antiguos. También se utilizaba para matar piojos.

Lumbre: fuego del hogar. Estar a la lumbre es estar al arrimo de la chimenea.

Lumia: mujer descarada o aprovechada. No tiene localmente el sentido fuerte que le atribuye la Academia: lumia ‘ramera’.

Llovediza, agua: se recogía agua de lluvia de los canalones o tejas por considerarla muy buena para cocer gabanzos, lentejas y otras leguminosas. Las casas antiguas más pobres eran tan bajas (el barro para las tapias se sacaba del propio solar) que los aleros estaban al alcance de la mano. De un vecino se cuenta que, siendo mozo, tenía una novia vaquera o carbonera que vivía en el monte en un chozo, y cuando regresaba de noche de cortejarla, si venía con sed y providencialmente estaba lloviendo, se ponía de puntillas al llegar a casa para beber a bocateja agua de lluvia de su tejado.

Machao (a): modo de arrancar las plantas a golpe de hacha o azuela. El machao era también un instrumento cortante compuesto de pieza cortante de acero y astil de madera.

Machar: machacar. En la fragua, se machaba el hierro caliente encima de la bigornia. Cuando, pasada la siega, iba la gente a espigar los restos, el desgranado se hacía en casa, en los corrales: sobre una piedra o madero se machaban las espigas, golpeándolas cuidadosamente con un mazo de madera, para separar el grano. Un machao de ajo se hace moliendo en un mortero ajo y sal. Machar la uva: se hacía tras la vendimia con pies, manos o mazo, en una pila. Machar el ajo: crotorar de las cigüeñas en el nido.

Machimbre: ensamblaje entre piezas de madera a caja y espiga o a ranura y lengüeta; unión machihembrada.

Macoca: coscorrón. Véase el recuerdo anotado por A. Gordillo (Vivencias).

Madre [de las cubas]: heces del vino o vinagre que se asientan al fondo de las cubas.

Malingrarse: gangrenarse.

Mamola: mentón.

Manadamaná: manojo de hierba o de cualquier cereal (trigo, cebada). A cada golpe de hoz se cogía una manada. Se dejaban en el suelo en grupos de dos o tres manadas (en El Cubo, a esto le llaman un barcao ―ALCL―; en Calzada, un brazao). Por detrás de los segadores venían los atillos atando y formando haces.

Mancornaomalcornao: persona o animal que, al caerse, se ha lastimado seriamente en alguna extremidad.

Mandas: dádivas y ofertas periódicas de dinero o en especie que las familias hacían para sostenimiento de fiestas y gastos de imágenes veneradas: el Cristo de la Piedad, la Virgen de la Misericordia, las diversas cofradías. Es voz que ya figura en el Fuero de Salamanca (Alvar, 1982). En Calzada, la mayor parte de las donaciones piadosas registradas en el Libro de Difuntos eran a advocaciones próximas: la Virgen de la Encina (santuario demolido hacia 1860), el Cristo del Arco (actual de la Piedad), Valdejimena, Santo Cristo de Morales, Nª Sra de Francia, Nª Sra de los Remedios (s. XVIII). En época anterior, las cuatro ermitas del tº municipal eran también objeto de devoción, así como San Miguel en Valdunciel.

En los testamentos antiguos, mandar es fijar una donación particular a cambio de que el beneficiario (generalmente un pariente próximo, mujer casi siempre) se encargue de asistir a la ofrenda en las misas por el difunto. Estas ofrendas solían ser muy numerosas el primer año tras la muerte: a menudo, se hacían en todas las fiestas del año. Al cumplirse exactamente un año de la muerte, se celebraba con más solemnidad la misa llamada cabo de año(locución que ya aparece en el Fuero de Salamanca, Alvar, 1982). La ofrenda consistía en una o más libras de pan; por el responso se pagaba vino y cerillas. De testamentos del s. XVIII se entresacan a título de ejemplo las siguientes dádivas a familiares: vara y medio de lienzo; media fanega de trigo; una faja, mandil y manteo; un veintidoseno; un manto de paño garrovillano (o de Garrovillas); una vaca; una caballería menor; «los paños de la cama y sobre-cielo, una delantera de red y dos almohadas»; «una sabana de lienzo de tres piernas». En 1759, Ines, la hija del difunto, es objeto de la siguiente donación: «le mando una faxa de paño de Cuenca y un manteo que trahia los domingos». Las mandas a familiares varones son más raras: Feliz Ramiro manda en 1762 a su hijo Miguel «un jubon verde y otro negro y una enguarina».

Manga parroquial: cruz parroquial que preside y abre los entierros y las procesiones. En su recto uso, el término designaba al adorno de tela o al paño de color que recubre parte de la vara de la cruz parroquial.

Maquilón (ant.): molinero. En el Catastro de Ensenada, al describir el oficio de un vecino de Calzada, Joseph Garcia Aguadero, en una relación se indica «maquilon» (tachado) y «molinero». Era el apodo colectivo de los de Zorita: «de Almenara, las viñas, / de Valverdón, las aceñas, / maquilones, de Zorita, / de Valcuevo, la alameda, / de Muelas son las cebollas / y de El Pino las ciruelas» (Ledesma, 1907). Las Ordenanzas de Salamanca (1719) muestran que la maquila (parte de lo molido que se entregaba al molinero a título de pago por su trabajo) era variable; salía más caro moler en verano y otoño: «desde el día de Todos Santos al de San Juan maquilen de catorce uno, y desde San Juan al de Todos los Santos, de doce uno» (Rupérez y Lorenzo, 1994). Correas recoge este refrán de fuerte carga erótica: «A la ahixada, molérselo, i makilalla; i a la madrina, sin makila»; y añade: «en lugar de «hazérselo» se puso «molérselo», porke sonava desonesto».

Había molinos de aprovechamiento ocasional (cuando la represa del arroyo se llenaba) en Topas, en Espino de la Orbada y en San Pelayo de Guareña. La voz aceña se reservaba a los molinos accionados por una corriente permanente, como los muy numerosos del Tormes. Hasta el s. XIX se conservaron algunos molinos de viento no lejos de Calzada. Madoz reseña la existencia de un «molino harinero de viento» en El Piñero (Zamora).

Máquina: «arar a la máquina» era utilizar el arado brabán, de dos ruedas y vertedera, fabricado en Álava por la familia Ajuria. Se tiraba con dos o más parejas de bueyes. «A la raya del monte de Palomares / hay un gañán arando con cuatro pares» (Ledesma, 1907). Si un labrador no tenía tantos bueyes, se pedían en préstamo para la arada. Para asegurar una labor más profunda, a veces se montaba uno o dos ayudantes del gañán sobre la máquina, mientras ésta avanzaba: uno sobre el eje de la rueda, otro sobre la vertedera. Sólo se usaba el brabán en tierras buenas, con suelos profundos. El esfuerzo exigido a los bueyes era enorme. Por eso a menudo el buey de los labradores ricos vivía menos que el buey de los labradores pobres.

Antes de que las ferrerías vascas (los Ajuria) empezaran a producir brabanes, existía un tipo de arado de madera con ruedas que constituye el antepasado directo de las máquinas. En portugués se le denominaba vessadouro. De un labrador se cuenta que, arando con máquina en una tierra (¿del camino de las Monjas?), un buey se le cayó muerto de golpe. Vino el veterinario y exigió que el buey fuese enterrado allí mismo, en prevención de posibles riesgos de enfermedad contagiosa. Así se hizo. Pero de noche, algunos vecinos regresaron furtivamente, desenterraron el animal y lo hicieron cuartos allí mismo para llevárselo a casa como comida.

Marea: rocío al atardecer o al amanecer.

Maruja: pamplina (Stellaria media); planta acuática comestible en ensalada que se cría en los arroyos. Es más fina que el berro.

Marrano: cerdo. Se usa muy poco esta última palabra y menos o nada la voz guarro.

Marrano porrero: cerdo pequeño que se mataba, en algunas familias, por los Santos. Era consumido en fresco, aunque algunos hacían con él longanizas. Servía para cubrir la temporada final antes de la matanza de diciembre. Desde los Santos a Navidad, hasta llegar la matanza, era época de escasez, y apenas se comía carne.

Masar: amasar el pan; hacer pan. «Vete a por pan hoy, no siendo que mañana no masen».

Matar: sin otra especificación, suele usarse en forma intransitiva refiriéndose a la matanza del cerdo, que se hace en diciembre; o a la matanza semanal de vacuno en la carnicería. Correas (1627) registra este uso al comentar el refrán «tres años á ke no maté: este año i el pasado, i el año ke me kasé. I no avía más de tres ke era kasado», explicando: ««Matar» es: matar puerko». Antes ocurría a veces que, por falta de recursos, la matanza se aplazaba hasta después de navidad. Algunos vecinos, ahogados por las deudas, esperaban a pedir un préstamo en enero para terminar de cebar un marrano. Los prestamistas (en el molino, por ejemplo, se prestaba) concedían subvenciones en verano y en enero. En verano, los prestamistas a menudo iban a las eras a cobrarse en especie las deudas. Hacían la medida del grano «a cogüelmo» y los labradores tenían que callar. Algunas tierras y solares se malvendían para afrontar la presión de los prestamistas.

Matraca: carraca grande de madera que se usaba en el triduo sacro de la Semana Santa para convocar al pueblo a los cultos, en sustitución del repique de campanas, que debían permanecer mudas en señal de luto. Es palabra común en castellano, pero progresivamente empujada al olvido.

Maya: juego parecido al escondite. También se le llamaba esconderiche.

Mayo: árbol esbelto y adornado que plantaban los mozos el 30 de abril en la plaza. A su alrededor se formaban jolgorios varios. Es voz antigua, que ya registra Correas en el refrán: «el maio de Portugal, ke le kargaron de xoias i se alzó kon todas» (le colgaron joyas y alguien se quedó con todas ellas).

Mayores, a: además

Melapios: manzanas alargadas, de pequeño tamaño; su sabor era parecido a la verde doncella pero más dulce. Algunos de los manzanos inmediatos al alcornocal «del tío Manuel Merino» eran de esta variedad.

Mellón: carga de leña menuda atada en haz, que se lleva a lomo de caballería; cada bestia llevaba dos mellones. Probablemente desde los orígenes del pueblo ha existido en Calzada la tradición de ir al monte para coger hornija. Unas cuantas familias se mantenían yendo muy de mañana (se salía a las tres de la madrugada) hacia Huelmos y siguiendo luego a Valencia de la Encomienda. El camino era a oscuras y con grandes fríos, sobre todo en los amaneceres invernales. Para calentarse, los que iban en carro ponían a veces un calderete de brasas en el desojado. También se llevaban buenas mantas. Antes de Huelmos, se pasaba por el Ventorro, que quedaba a la derecha en la subida desde Valdenegrillos. Posiblemente, parte de la clientela de esta venta estuviera compuesta por calzudos en paso hacia el monte. Con una azuela se cortaba la jara, haciendo haces que se ligaban con unvencejo de junco. La jara preferida era la pringosa (Cistus ladanifer); aunque en Valencia y Huelmos de Arriba abunda otro tipo de jara, de mejor madera pero más recia: la jara-cepa, con hojas más anchas y verdes y tronco grueso que desprende cortezas retorcidas (Cistus salvifolius). Los haces se podían cargar en un carro, normalmente tirado por uno o dos burros. Como la capacidad del carro es limitada, la faena sólo duraba la mañana completa. Seguidamente, se emprendía el regreso a Calzada y al día siguiente se volvía a madrugar para ir a vender la carga a Salamanca, a los hornos de las panaderías.

Otra modalidad de viaje era con caballo o burro, sin carro. En este caso, la carga se distribuía en dos haces equilibrados en la grupa del animal. Esto se denominaba un mellón de leña. La conexión de Calzada con el monte de Valencia probablemente se originó antes, cuando Santibáñez estaba vinculado al pueblo. Al desprenderse Calzada de posesiones en el monte, la gente que antes iría a recoger leña por el Camino Ancho y Camino Santibáñez, alargaría su desplazamiento para ir hasta la siguiente dehesa, Valencia. De hecho, alguna vez se iba por la tarde, a pie, desde Calzada hasta el monte de Valencia, para dejar preparados los haces que a la mañana siguiente habrían de ser acarreados.

El aprovechamiento de la leña menuda para hornos de pan y tejares era oficio de antigua tradición. En el dicho «valentones, de Calzada, / y en Valdunciel, la leñera» se alude a ello. Una sentencia de 1492 prohíbe a las aldeas próximas al monasterio de Valparaíso que saquen leña: «de aquí adelante non entren nin puedan entrar adentro de los dichos términos del dicho monesterio e de Cubo e de Cubeto a coger ni arrincar, ni tomar, ni sacar los tomillos ni escobas, ni fornija ni roços susodichos» (Lera et al., 1998). En el Catastro de Ensenada de Calzada se registra esta profesión de trajinante de leña. De Juan Andres Martin, jornalero, se especificaba: «su trato, de llevar leña a Salamanca». Para ello contaba con cinco burras. El mismo oficio ejercía Juan Sánchez, con cuatro burras.

En Cañedino hay un topónimo (consta en los apeos de 1752 de las propiedades del Cabildo, Archivo catedralicio) presuntamente derivado de la vozmellón: se trata de la Calzada Mellonera. Estaba al este del Cerrito de los Robles y al oeste de Las Zorreras y El Majal de la Fuente. Por este camino irían las caballerías cargadas de mellones hacia Salamanca.